El modo en el que entramos en contacto con el espíritu.

Soy de la opinión que es el espíritu quien busca hacerse manifiesto en el ser que anima, en este caso en cada uno de nosotros. Se trata de un proceso de maduración. En una primera instancia se desarrolla el cuerpo en todas sus complejidades incluido el cerebro con cambios fundamentales como los que se producen en nuestra adolescencia y de algún modo se estabilizan durante la juventud. Pero aún en esta etapa en la que el hombre puede considerarse provisto física y psicológicamente con los medios suficientes como para enfrentarse a los retos que le planteará su vida, quizá aún sea incapaz de escuchar su “voz”, una voz que le estará indicando que hay algo más de lo que ve, de lo que escucha y lo que experimenta dentro y fuera de sí mismo.
Creo que el modo en que el espíritu establece contacto con nosotros no tiene una formula fija o definida. No existe una edad determinada en la que por norma deberá manifestarse. Ni tampoco podremos distinguir con claridad sus primeras “palabras”.  Además es posible que ese contacto nos produzca más intranquilidad que sosiego, más confusión que claridad. Roberto Assagioli  uno de los primeros psiquiatras en estudiar la transcendencia del hombre y su conexión con el espíritu, apunta que muchas depresiones sin causas endógenas ni producidas por el entorno o circunstancias de quien las experimenta, se deben a un proceso de evolución que tendría como resultado final algún tipo de conexión con el espíritu y como consecuencia de ello, la aparición de un nuevo estado psicológico enriquecido tanto por la experiencia como por las compresiones que finalmente formarían parte de la sabiduría personal de quien ha sufrido ese proceso que, en cualquier caso, tendría como mínima consecuencia un instancia superior de bienestar personal una vez concluido.
Sin embargo este proceso puede ser largo y caótico, con perturbaciones tanto de carácter físico como psicológico. Este conjunto de síntomas, que no responden a ninguna enfermedad abiertamente manifiesta en quien los padece, es lo que el psiquiatra Stanislav Grof ha venido a llamar “emergencia espiritual”. Sin embargo este planteamiento no es nuevo. En oriente a estas perturbaciones que a menudo hacen dudar a quien las padece tanto de su cordura como de su buen estado de salud son llamadas crisis Kundalini. Desde la psicología de oriente, mucho más instruida en la observación de estos fenómenos, se sabe que los movimientos del espíritu conllevan movimientos de energía (energía kundalini)  por canales que la medicina oficial aún no contempla. Desde mi punto de vista, algún día existirán medios para observarlos; del mismo modo que sucedió con los microbios, que hasta la invención del microscopio no pudieron estudiarse.
Las crisis kundalini limpian los canales de energía a través de cuales lo invisible se pone en contacto con nosotros, entendiendo por nosotros, ese “yo” o “ego” que hasta momentos antes de que se produjera el contacto, se creía el “rey de la morada”, como expresé en el post anterior.
Algo duerme en nuestro interior que comienza a nacer cuando el espíritu va cobrando fuerza al volvernos conscientes de él y contribuir desde nuestro  psiquismo a darle impulso. Hasta ese momento, el espíritu durmiente dotaba de su energía a nuestros pensamientos, a nuestras emociones, a nuestros dolores físicos o incluso a nuestra desesperación. Todos esos procesos atraían hacia sí su vigor sin que ni él ni nuestro “yo” pudieran elegir realmente .
Pienso que el primer paso, que desde “nuestro lado”, desde el “yo” que comienza a vislumbra que hay “algo” más a parte de él, es el de utilizar la herramienta de la atención para que nuestros automatismos físicos y psicológicos no consuman en su acción mecánica esa fuerza-conciencia o espíritu que nos anima y lucha por hacerse manifiesta en nuestro cuerpo mortal.
La atención es la torre desde la que se asoma lo que hemos llamado conciencia testigo. Un testigo ahora consciente de los procesos a lo que ha estado alimentando sin que estos pidieran su consentimiento. En este primer estadio, se trata simplemente de observar. De ver como los pensamientos son autónomos, se inician y se desarrollan por sí mismos de una manera aparentemente caótica, saltando de unos temas a otros, agotando nuestra energía sin ninguna compasión. Krishnamurti, en el libro “La madeja del pensamiento” presenta con total claridad este proceso y nos insta a su observación. De ella, de la observación, aparece una primera comprensión, pero ahora tomada de primera mano: no somos nuestros pensamientos, apenas tenemos control sobre ellos y aparecen y desaparecen en nuestra cabeza sin cesar.
Sin este primer paso, sin tomar conciencia de que nuestro cerebro o mente actúa por sí mismo, es difícil destronar al “yo”. He dicho destronar, no destruir, porque sin ese “yo” o mente funcional no podríamos enfrentarnos a nuestro día a día.
Así pues, pensando que a cada uno se le manifestará el espíritu de un modo particular, haciendo su parte en su particular ser, nosotros debemos contribuir con nuestra parte, que desde mi opinión se limita en principio únicamente a observar.
Más tarde, cuando esa observación haga fuerte al testigo, conciencia o espíritu, quizá  podrá empezar a manejar los procesos mentales, físicos o emocionales que antes se servían de él únicamente para tomar su fuerza o energía. Pero ¡ah! Si fuera todo así de simple o de fácil…
Por Valentín Martínez Carbajo.

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