El insoportable peso de la vida.

Uno comienza en el camino espiritual bien porque le vida le produce algún dolor en un área determinada de su existencia o porque al haber experimentado todo aquello que en teoría produce felicidad aún existe un punto de insatisfacción que no acierta a comprender y comienza a buscar otras respuestas, al margen de lo establecido, de lo obvio, de lo que la educación tradicional le ha podido transmitir.
A menudo el cebo que esconde el anzuelo es la promesa de que alcanzado un determinado grado de evolución, mediante esta o aquella práctica, esta o aquella otra técnica, disfrutarás de un estado de paz permanente, de un nirvana o paraíso terrenal  que impedirá que sientas malestares o te encuentres ajeno a la  adversidad que, quienes no recorren tu sendero, deben afrontar  casi a diario.
Creo que es posible alcanzar ese estado de paz, creo que es posible aquietar la mente de tal modo que los pensamientos dejen de torturarte y los deseos se agoten en sí mismos  al comprender la esencia de su naturaleza (Jean Klein). Sin embargo no todo lo que nos ocurre es mental, aunque lo sea hasta un grado tan elevado que por acción de la mente, inducida por nuestros recuerdos o experiencias ocultas en nuestro inconsciente, lleguemos a atraer circunstancias hostiles o nos sintamos nublados por una tristeza que quizá tuvo su origen en nuestros primeros años de vida y aún no ha sido resuelta.
Todos los caminos insisten en deshacernos primeramente del peso de nuestra historia personal, como por ejemplo Castañeda, como premisa para dotarnos de una energía que ésta nos consume, y así poder utilizarla en lo verdaderamente importante, en un trabajo de remodelación, en una reprogramación de nuestra psique con la finalidad de llevar una vida más plena, más consciente y en definitiva mucho más feliz. Sat-Chit-Ananda : Ser, Conocimiento y Felicidad, dicen los hindúes.
Pero aún alcanzando esos estados privilegiados de nuestra conciencia, nos damos cuenta  que no hay nada permanente. Además,  afrontar el día desde la beatitud puede incluso resultar molesto para relacionarnos con los demás.
Puesto que  lo único que debe preocuparnos es  nuestra propia sinceridad, tal como dicen las enseñanzas de Lao Tse en su libro sobre el Tao (Tao Te King), observo que a pesar de haber disfrutado de algunos de los beneficios que promete el camino, hay momentos en mi vida en los que el tedio o la insatisfacción se me hacen insoportables hasta el punto de pensar que después de una vida de dedicación a la búsqueda de la verdad, o simplemente de mi verdad, he fracasado de forma estrepitosa.
Por otra parte los ejemplos de vida que se desprenden de quienes se supone están en esa cúspide soñada, no contribuyen mucho a pensar que realmente es posible lograr la paz y el equilibrio permanente en esta existencia. Recuerdo el shock que recibí cuando al leer una biografía sobre kisnhamurti  escrita por alguien muy próximo a él, describe su deseo de morir después de haberle diagnosticado un cáncer. Naturalmente eso no invalidó el alto concepto que tenía y sigo teniendo de su persona. Durante mucho tiempo, leía sus libros una y otra vez con el fin de empápame de su sabiduría. Claro que me sirvió. Incluso la descripción de esos últimos meses de su vida me ayudó si cabe aún más a comprender que la naturaleza humana es ingobernable y que si acaso en algún momento alcanzamos algún tipo de nirvana, ésta nos lo arrebatará sin ninguna contemplación y sin el menor esfuerzo.
Debe haber un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. Tratamos de apartar al cuerpo de nuestro camino cuando nos inoportuna con sus demandas como si fuera un “espécimen” de segunda clase. ¡Qué terrible error! De lo que se desprende de las enseñanzas de Castañeda, de él es la victoria pues la vejez será el único enemigo al que no podremos vencer.
Y aún así todo es cuestión del punto de vista. Después de mucho buscar el porqué a que ese dolor persista aun habiendo alcanzado cuotas de realización espiritual aceptables, la respuesta me llegó de la mano de Viktor Frankl:
La vida duele, dice Viktor Frankl. Incluso el hecho de despertarse duele. Pero el mal del hombre occidental no estriba en que se sienta mal; si no en que se encuentra mal por sentirse mal.
Ahí estaba mi problema. En primer lugar creía que si realmente había hecho algún progreso en mi camino, no debía sentir el peso de la vida, el dolor que incluso respirar a veces produce. Pero lo peor de todo era que me sentía mal por sentir ese dolor, pues creía que no debía estar experimentándolo.
Afortunadamente en mi camino he podido constatar una cosa: “El que busca, haya”. Lo dice Mateo en su evangelio. Desde el momento de esa comprensión, de que la vida duele solamente por el hecho de vivirla, he logrado añadir paz a mis inevitables horas de desasosiego. He logrado quitar lastre al ya insoportable peso de la propia vida. Un lastre que yo mismo añadía con mis exigencias y mi ignorancia. Una ignorancia que pretendía alcanzar la fórmula que me pusiese por encima de mi propia humanidad.  
Desde esta perspectiva, cuando uno alcanza la “iluminación” inevitablemente sentirá dolor  si se golpea  por azar en alguna parte de su cuerpo, o accidentalmente se quema al encender el fuego. Eso no le hace menos sabio, si no que le recuerda que aún está vivo y tiene un cuerpo al que debe atender del mismo modo que atiende a su espíritu; del mismo modo.
Por Valentín Martínez Carbajo.
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