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Mostrando entradas de agosto, 2012

Cuando se termina el amor

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Hace poco comentábamos en una tertulia de amigos que se nos enseña a iniciar las relaciones amorosas, pero nunca a terminarlas; parece darse por sentado que van a ser eternas, pero cuando menos lo esperas un final insospechado te puede asaltar. En realidad no hace falta enseñar a nadie a enamorase; en primer lugar porque el amor es un reflejo, es un sentimiento que no nace de nuestra voluntad, si no que se despierta y nos limitamos a experimentarlo. De este modo no existe una fórmula que te permita su manejo o su control. Yo distinguiría dos emociones diferentes cuando se establece una relación de pareja: el hecho de amar, de estar enamorado y el hecho pasional o el de sentirse atraído sexualmente con fuerza por la persona amada. No es fácil que se den juntos esos dos componentes en igual   medida e incluso puede que falte uno de ellos. En cualquier caso una relación basada en el enamoramiento y   la atracción, dura, según la ciencia, un máximo de cuatro años. Más tarde, ese enamo

La invisible mordaza del miedo

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Me resultaba desesperante cuando manifestaba mi temor por algún tipo de situación a la que debía enfrentarme y la única respuesta que recibía es “no tengas miedo”, “no tienes por qué tenerlo” o “ya se te pasará”. Durante mucho tiempo investigué sobre la naturaleza del miedo, pero no conseguía explicarme el hecho de que apareciera en situaciones que aparentemente no representaban ningún peligro físico real. Sí, el miedo es necesario, es un mecanismo de defensa que nos alerta sobre posibles peligros, es útil cuando vas por alguna zona desconocida   y algo te impulsa a detenerte o huir porque tu vida puede correr algún peligro; ¿pero y cuando simplemente no te atreves a coger el coche y conducir, cuando no te atreves a dirigirte a esa persona que te gusta porque la sensación te paraliza o te impulsa a alejarte para dejar de sentir esa   especie de “molesta vibración de energía”, realmente desagradable, que parece envenenar todo tu cuerpo, que te impide cambiar de trabajo o abandonar a

Un poquito más de insatisfacción.

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A veces es difícil estar a gusto con uno mismo. El cuerpo está pesado, las emociones no encuentran el momento para expresarse queriendo salir todas juntas de repente y el pensamiento te espolea con un sinfín de cosas que deberías hacer y que sencillamente no tienes ganas o energía para ponerlas en práctica y te dice que, tal vez, si las hicieras, toda esa insatisfacción por la que estás atravesando desaparecería. Observarse uno mismo es un modo de comprender que el “ataque” viene desde múltiples frentes y la guerra, de emprenderse en ese momento está de antemano perdida. Para ganar esta batalla hay que empezar por rendirse. Ya que ante un colapso de estas características, ¿qué parte de mi ser se encuentra en condiciones para iniciar el contraataque? La insatisfacción, la abulia o desgana, la sensación de no estar haciendo lo que debería hacer, de vez en cuando se instala en mi vida sin que recuerde haberla invitado. Todo mi ser debería ponerse manos a la obra para contrarrestarla,

Y probablemente resucité. (Sobre el amor)

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Continuación de “Y descendí a los infiernos”. En aquel momento en el que descubrí que únicamente deseaba vivir, tal y como describí en la entrada anterior, experimenté una especie de corriente, que no sabría cómo definir,   recorriendo todo mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Me notaba muy nervioso en el sentido de tener un extra de energía que, bullendo en mi interior, me impedía permanecer quieto, tanto mental como físicamente. De pronto todo mi ser y psiquismo había cambiado. Me sentía arraigado a la vida, con fuerza, con confianza, seguro de alcanzar la meta que me propusiera. Algunos proyectos de trabajo que tan solo había sido pinceladas fueron cobrando forma   y, junto a ella, el convencimiento de que si era capaz de ponerlos en marcha también sería capaz de conducirlos hasta el éxito. Sentía valor, una claridad mental   diferente y un espacio nuevo en el que los pensamientos negativos no tenían cabida, de hecho ni siquiera se asomaban. Pero lo que realmente me sorprendió f

Y descendí a los infiernos. (A corazón abierto.)

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La etapa que transcurrió entre los veinte y los treinta y cuatro años, fue tremendamente convulsa. Quizá debería empezar por decir que padecía de fuertes depresiones,   yo diría que desde niño. Mi adolescencia y juventud fueron etapas realmente solitarias. No solía conectar con la gente, me sentía basura y no tenía ganas de vivir. A los veintidós   años acudí por primera vez a un médico psiquiatra que si bien me aportó cierta tranquilidad, también me atiborró a pastillas. No sería hasta los treinta y cinco que una psicoanalista mejicana, establecida en España, dio con el origen del problema y sacándolo a la luz, rompió el hechizo nacido en mi infancia que había nublado los que se supone, tenían que haber sido, los años más hermosos de mi vida. Desde mi posición nunca hubo *“ un esplendor en la hierba ” que recordar, porque en la época “ de la gloría de las flores ” mis campos permanecieron yermos y vacíos. Aquel episodio me costó estar atado a la cama de un hospital durante casi un dí

Algo realmente peligroso. La entrega de la vida.

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Hace casi treinta años tuve un experiencia que no sé cómo calificar. En aquel momento todo estaba en coherencia con mi búsqueda personal y con la entrega absoluta que lo vivía. Pasado el tiempo llegué a pensar que todo había sido fruto de una locura temporal que afortunadamente acabó sin tener que lamentar consecuencias. Después de aquello algo cambió en mí, aunque no sé muy bien como describir lo que me ocurrió por dentro. Por aquella época estaba leyendo uno de los libros del filósofo y ocultista Rudof Steiner. Se trataba del libro “Cómo se adquiere el conocimientos de los mundos superiores”. Según Steiner   debíamos permitir que los acontecimientos y las cosas “nos hablaran” por sí mismos de su objeto, de su naturaleza o de su sentido. Al menos eso entendí. La vida, las circunstancias que nos rodean, todo nuestro entorno, aparentemente inerte, se comunicaría con nosotros si le entregáramos nuestra atención. Por otra parte estaba leyendo un libro de Dyer titulado “La fuerza de c

La fuerza del destino o el yugo de la predestinación. (Primera parte)

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Cuando la vida te sonríe, cuando alcanzas tus metas sin grandes contratiempos, cuando el amor te resulta algo común y familiar, cuando la salud te responde ¿Quién va a pensar que en su vida todo está predeterminado? Cuando la inteligencia es despierta, cuando el esfuerzo   da al   fin el fruto deseado, cuando la búsqueda de una pareja concluye con éxito o cuando te arropa tu familia y con su decisión te ayuda a crecer o tal vez a salir de algún atolladero ¿Quién va creer que todo estaba decidido? Es difícil pensar, cuando uno ha estudiado una determinada carrera, con voluntad ha logrado generar su empresa u ocupar un puesto relevante en cualquier otra, que todo lo que ha ocurrido le “ha sido dado”. ¿Qué diferencia existe entre alguien que logra, por ejemplo, concluir una empresa con éxito gracias a su inteligencia junto a su capacidad de esfuerzo y otro que no logra concluir nada favorablemente, su inteligencia no da más de sí y su tesón es tan débil como   una hebra de seda? Si

El insoportable peso de la vida.

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Uno comienza en el camino espiritual bien porque le vida le produce algún dolor en un área determinada de su existencia o porque al haber experimentado todo aquello que en teoría produce felicidad aún existe un punto de insatisfacción que no acierta a comprender y comienza a buscar otras respuestas, al margen de lo establecido, de lo obvio, de lo que la educación tradicional le ha podido transmitir. A menudo el cebo que esconde el anzuelo es la promesa de que alcanzado un determinado grado de evolución, mediante esta o aquella práctica, esta o aquella otra técnica, disfrutarás de un estado de paz permanente, de un nirvana o paraíso terrenal   que impedirá que sientas malestares o te encuentres ajeno a la   adversidad que, quienes no recorren tu sendero, deben afrontar   casi a diario. Creo que es posible alcanzar ese estado de paz, creo que es posible aquietar la mente de tal modo que los pensamientos dejen de torturarte y los deseos se agoten en sí mismos   al comprender la esenc

El espíritu de los árboles. Una experiencia personal.

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Cuando dejé mi vida monástica, no tenía absolutamente nada. En principio no existían muchos motivos para alarmarme ya que enseguida encontré un trabajo temporal que me permitió activar el subsidio del paro, que después de toda una vida de trabajo, anterior a la etapa en el monasterio, me correspondía. Con la tranquilidad que aquellos ingresos me aportaban me dediqué a preparar una oposición para justicia, la cual aprobé,   pero sin la nota suficiente como para obtener una plaza. El tiempo se agotaba y el panorama que tenía por delante no se presentaba muy alentador. Tenía cuarenta y dos años y no encontraba nada que realmente me aportase estabilidad.   Llevaba una vida bastante austera,   lo que hacía de mi casa un lugar no demasiado acogedor. De haber vivido con holgura, disfrutando de cierta estabilidad económica en el pasado, con una vida social rica y equilibrada, me fui encontrando progresivamente al otro lado: sin recursos, con pocos amigos,   lleno de miedos e incertidumbres. L