Pensamientos hostiles. Fuerzas adversas en el camino del guerrero espiritual.

Creo que la mayor parte de nuestra vida transcurre en la mente. Si pudiéramos observar como aún estando realizando actividades de tipo físico, como pueda ser el cuidado personal, la preparación de la alimentación que necesitamos cada día, el trabajo diario o un simple paseo, nos veríamos ejecutando una sucesión de movimientos que apenas inciden en nuestra historia personal y que no producen, prácticamente, ningún cambio en el espacio físico que ocupamos. Sin embargo, si ponemos el objetivo en nuestra mente, en las imágines, en las conclusiones que sacamos al observarlas, y en las emociones que recorren nuestro organismo como consecuencia de ello, nos daremos cuenta de que los mayores acontecimientos que experimentamos en nuestra existencia suceden ahí: dentro de nosotros.
Incluso cuando nos enamoramos de alguien, no lo hacemos de su presencia física, que sin duda influye, sino de lo que nuestra mente nos dice de esa presencia sin necesidad de que la otra parte diga nada. Nuestra mente se encarga de atribuir o restar méritos, dependiendo de los patrones que haya aprendido, y con los cuales asocie su imagen.
A excepción de unos pocos, que tienen más movimiento debido a sus actividades profesionales o, incluso, a sus abundantes recursos y su tiempo de ocio, la vida de la mayor parte de las personas se circunscribe a un espacio muy reducido. Nos movemos habitualmente desde el dominio de nuestra vivienda hasta el lugar donde desempeñamos el trabajo o hasta el que ocupamos cuando disfrutamos de nuestro esparcimiento. Si fuéramos capaces de ver ese espacio desde una estación espacial, ni siquiera ocuparía la punta de un alfiler.
Aun de ese modo, en muy pocas ocasiones nos encontramos mentalmente allí. Es frecuente estar sumido durante horas en razonamientos sobre sucesos que apenas tardaron en acontecer unos minutos o incluso unos segundos, en relación al impacto positivo o negativo que tuvieron sobre nosotros: una persona que te abraza, otra que te ignora, otra que te dice “algo” que genera en ti emociones de uno u otro signo…
Lo más inquietante es que no elegimos de forma consciente el asunto sobre el que vamos a pensar. A menudo surge por asociación con el estado de ánimo que tenemos, que a su vez ha surgido como consecuencia de algún pensamiento aleatorio.
 La conclusión a la que quiero llegar es que tanto el lugar en el que estamos como la actividad que desarrollamos, apenas tienen influencia sobre el grado de malestar o de bienestar que experimentamos cotidianamente. Todo depende de los pensamientos que fluyan y se desarrollen en nuestra mente durante esos momentos.
Lo que me ha llevado a esta reflexión es  la siguiente pregunta: ¿realmente aparecen en nuestra mente esos pensamientos de manera aleatoria, o por asociación con otros similares? Aún siendo conscientes de que algunos de nuestros razonamientos no nos conducen a ninguna solución más que a entrar en un bucle de pensamiento-dolor, dolor-pensamiento, pensamiento-dolor, etc., no nos podemos sustraer a ellos. Al parecer la propia química con las que nuestro organismo genera las emociones nos lo impide.
Suele aconsejarse mantenerse en el momento presente, convertirte en el testigo de tus procesos mentales, practicar algún tipo de meditación consciente o un sinfín de consejos más que en definitiva se reducen a estos tres que he señalado. Se supone que eso hará que los razonamientos nocivos, que esas obsesiones, se detengan o desaparezcan.
Creo que eso puede dar buenos resultados, como también los da el hecho de no resistirse a ellos, como aconsejan otros, y de ese modo no iniciar batallas mentales en las que el veneno de la ira y del odio, como si se tratara de una especie de ácido corrosivo, te desgarre las entrañas. Pero, antes, hay que tratar de comprender en que consiste el problema.
Es como si una parte de nuestra mente, nos condujera hasta un circo romano y soltara “por capricho” un animal –un pensamiento- que sabe que va a destrozarnos sin que tengamos escapatoria.
¿Por qué puede hacer algo así una mente contra sí misma cuando se supone que está programada para la supervivencia, para facilitarnos nuestro camino por este mundo?¿Por qué no es capaz de obviar esos pensamientos que nos hacen daño sin ningún sentido, o simplemente rechazarlo de manera mecánica? Los peores son los relacionados con las relaciones afectivas y aquellos que, hipotéticamente, con razón o sin ella, atacan a nuestra autoestima y nos generan vergüenza.
Hay días en los que realmente me siento como si realmente estuviera sufriendo un “ataque” por parte de mi mente, empeñada en revivir sucesos que me hicieron daño, embarcándose en una batalla imaginaria con quienes me causaron ese dolor… Si al menos tuviera una consecuencia en la vida real, cambiara algo… Pero no son más que pensamientos, situaciones que recrea mi imaginación.
¿Pero es realmente así? ¿Soy yo mismo el que pone en marcha la maquinaria? ¿Soy yo mismo el que inicia el daño? Si soy yo, ¿por qué lo hago? Y si no soy yo, ¿quién es y por qué lo hace?
Con lo que mejores resultados he tenido es con la táctica de no luchar contra esos pensamientos, en el sentido de no alimentarlos. Pero es fácil darse cuenta de que, por mucho que tú pongas de tu parte, hay una parte de ese proceso que se alimenta por sí misma. Sobre todo cuando esos pensamientos te producen ira y tus tripas se retuercen causándote daño e incitándote a defenderte de esa situación que recrea tu imaginación. Lo peor que pude hacer uno es sucumbir a la lucha. es una lucha o un duelo imaginario, no hay duda de ello, pero con consecuencias emocionales tan contundentes como si lo estuvieras viviendo en ese momento en un plano real.
¿A quién beneficia este dolor, esta rabia, esta ira que genera en ti y que en algunos momentos puede llevarte hasta la desesperación? Por ejemplo: una persona que intenta suicidarse porque sus pensamientos recrean, una y otra vez, una agresión o algún otro agravio, y el veneno de la ira y la vergüenza, inyectado una y otra vez en su flujo sanguíneo, recorren hasta el más pequeño de los capilares produciéndole un dolor físico y moral insoportable.
Considero que si realmente tuviéramos la opción de no dejar colarse ese tipo de pensamientos, la utilizaríamos; impediríamos que nuestra mente nos hiciera daño. No dejaríamos suelta a la “fiera” y no le daríamos la oportunidad de arañarnos y con ellos responder a su agresión con otra.
Sí bien podemos hacer algo al respecto, la primera tarea sería descargarnos de la responsabilidad de esos “combates” mentales. Ya que en la mayoría de los casos nos culpabilizamos a nosotros mismos por fomentarlos, y no es así. El caso es que cuando queremos darnos cuenta, la “fiera” –el pensamiento hostil- ya está suelta en nuestra mente haciendo de las suyas. Pero ¿por dónde se ha colado?, ¿quién la ha puesto ahí?
El principal problema radica en que, una vez que se inicia la “batalla”, la química que genera nuestro organismo, como bien explica el doctor Joe Dispenza, toma el mando y genera el bucle que constituye nuestra tortura personal.
Este es uno de los grandes escoyos del camino espiritual: los ataques que, aparentemente vienen desde dentro. Pero es que el “enemigo” tiene la llave de la puerta de la casa.
Cuando nos culpamos a nosotros mismos por meter la “fiera” dentro, tenemos dos batallas. Una en la que nos culpamos y nos recriminamos a nosotros mismos por haberlo permitido; y otra la de la situación hostil que contiene el pensamiento “intruso”.
Aunque yo diría que proviene de la misma fuente, dejar de culpabilizarnos a nosotros mismo por nuestro error inicial, es fácil desde el momento que comprendemos que no somos responsables de ello. Con esto quiero dejar manifiesto que la principal herramienta en esta lucha es la comprensión. Es decir, ser capaz de mirar hacia dentro, ser capaz de describir lo que sucede dentro de nuestra mente y comprender el proceso.
La victoria no es por la fuerza; por la negación del pensamiento que nos “ataca”. Negarlo, combatirlo, lo que hace es darlo más fuerza. De ahí que nos dijera san Mateo: “no os resistáis al mal”.
¿Pero cómo puede uno hacer eso? Se puede hacer observando. Observando el pensamiento y observando el dolor que nos produce sin luchar. Esto no quiere decir que ese pensamiento hostil, esa “fiera” desaparezca inmediatamente. Va a tratar de conseguir su fin, que es hacernos entrar en bucle generando rabia y frustración, a cuya química será muy difícil sustraernos. No obstante no hay otro modo.
Aurobindo decía que hay que dejar pasar la onda, que producen estos pensamientos, a través de nosotros. Es más Arobindo nos da la clave diciendo que existen fuerzas inteligentes, a las que llama “Fuerzas Adversas”, que son las que hacen que se pongan en marcha estas “fieras” de las que hablo. Estas fuerzas son las verdaderas hostigadoras.
Pero lejos de pensar en fuerzas demoniacas –aunque pudieran llamarse de ese modo-, dice que están puestas ahí por Dios, y no para ponernos zancadillas gratuitas, sino para, según sus propias palabras: “forzarnos a una perfección que nos disgusta”.
Creo que esta es la forma que tiene el universo de hacer ganar fuerza al Guerrero Espiritual. Cada vez que impedimos que un pensamiento hostil genere una química adversa en nuestro organismo, estaremos ganando fuerza psíquica o espiritual. De este modo los problemas que van apareciendo en nuestra vida serían para el alma como las pesas del gimnasio lo son para los músculos del cuerpo; una idea que ya señalé en otro post.
Esto entronca con el tema de la vibración personal. Una persona que posee paz, es capaz de contrarrestar la fuerza de otra que vibra con violencia. La paz no hay que alimentarla, está ahí, lista para disfrutar de ella; sin embargo a la violencia hay que echarle combustible, dando argumentos a su portador para que la química de su organismo, a través de la ira, la haga fuerte. Un ser en paz no tiene con qué alimentar el odio de otro.
De ahí lo importante de ganar la primera batalla a las fuerzas adversas en nuestro interior. ¿Cómo vas a vencer en el plano material una batalla si no has sido capaz, en primer lugar, de ganarla dentro de ti mismo? La clave está en observar el pensamiento hostil, permitiendo que te haga daño sin combatirlo; sin recrearlo en la imaginación, hasta que el dolor que experimentas se agote por sí mismo. Si uno es capaz de conseguir eso; si uno es capaz de ganar esa batalla, primeramente en su interior; será capaz de lograrlo fuera. De ahí la importancia de perseverar pacíficamente en estos ataques, sin responder, aguantado la provocación y el dolor moral que esta nos inflige.
Si lo conseguimos también dice una de las colaboradoras de Sri Aurobindo: “…esta virtud de no responder, puede llegar a detener el brazo de un asesino, o incluso el ataque de una serpiente”.

Yo creo que es verdad, quizá, incluso, una verdad absoluta; pero no es una verdad completa. Por lo tanto, hay que seguir profundizando en el camino. Cada uno, con las herramientas de las que disponga.

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