El miedo sin objeto, la insatisfacción sin objeto. La ley de Tres de Gurdjieff y las tres gunas del Bhavagad Gita.
Hay periodos del año en los que me paso la mayor parte del
día físicamente inactivo. Esa quietud que mantengo me produce, aparentemente,
paz y tranquilidad. Esa inmovilidad me resulta placentera por lo que física y
emocionalmente “lucho” por mantenerla. Si no me muevo, parece que todo estará
bien. Al mismo tiempo, paradójicamente, en esa pasividad tengo la idea de que
estoy perdiendo el tiempo, de que algo está mal en mi vida, y que por ese
motivo no soy capaz de hacer nada, más que mantenerme ocioso y preso de la
pereza. Esta idea me martiriza hasta el
punto de llevarme, en algunas ocasiones, a la desesperación.
Hasta el momento no he podido hacer otra cosa más que
percibir este proceso en mí. Como se inicia y como se desarrolla hasta que un
buen día parece que le llega el fin. Y realmente “le llega”, ya que objetivamente
yo no puedo hacer nada por apartarlo de mí.
He llegado a observar como en esos momentos, el simple hecho
de decidir ponerme a preparar la comida, me produce, en algunas ocasiones, la
sensación de un “miedo” indefinido. Pero ¿qué hay tras esa indefinición? Se
supone que esa emoción tiene que producirla algún tipo de pensamiento concreto
asociado racionalmente a ella. El quid es que preparar la comida no es algo que
pueda asociarse habitualmente con el miedo. Por este motivo me he planteado el hecho de que puede que no
exista nada, que no exista ningún pensamiento tras esa sensación de miedo; que
no exista un objeto que le soporte.
Puesto que, como he mencionado, esta tendencia a permanecer
inactivo, por no decir apático y perezoso, no es algo permanente; es posible
que lo que me sucede, lo que experimento, no sea una búsqueda consciente o
inconsciente de la sensación de paz, mediante la inmovilidad, sino la
consecuencia de encontrarme bajo la influencia de alguna fuerza exterior e
independiente a mis procesos mentales, físicos y emocionales.
Si sucede de este modo, ¿puedo sustraerme a ella? Y si es
así ¿cómo puedo hacerlo? ¿Sería posible contrarrestarla tan solo tomando
conciencia de su existencia?
Periódicamente suelo notar la influencia de una fuerza
paralizante en mi vida. Le suele seguir una etapa de actividad física, en la
que me siento libre de esa sensación que me oprime y me paraliza manteniéndome
en la apatía. Después, o al mismo tiempo, aparece, o emerge, en mí una etapa
creativa. Es cuando suelo escribir o proyectar actividades que más tarde desarrollo.
Hasta hace poco tiempo, esta etapa “tamásica” -inactiva- era la que más
tiempo permanecía en mí. Últimamente parece que me dura menos, que su influencia
no es tan poderosa, y me siento con mayor grado de libertad; porque en
realidad, cuando me encuentro paralizado, me siento realmente prisionero de “algo”
que está actuando sobre mí.
Pero ¿soy realmente libre cuando estoy bajo la influencia de
esa otra especie de impulso por moverme? -“Rajas”-. ¿Soy libre cuando estoy
bajo la influencia de esa otra fuerza que me impulsa a crear, a pensar a
reflexionar?
Creo que no; que estoy realmente prisionero de ellas. El
asunto es que me siento mejor. Cuando estoy bajo la influencia de estos
impulsos, que me mantienen activo, tanto física como psicológicamente, no están
presentes esos pensamientos, machaconamente insistentes, que me dicen que debería estar haciendo esta o aquella otra cosa, produciéndome un daño psicológico que,
como si se tratara de una verdadera tortura, me impide sentirme bien.
Hace tiempo que había leído sobre las tres fuerzas de la naturaleza
que según el Bhagavad Gita, hacen que se mueva el mundo. Son fuerzas que actúan
sobre nosotros para que estemos en movimiento; pero hasta este momento no había
sido capaz de observarlas en mi vida y no me había dado cuenta de lo prisionero
que me encontraba de ellas.
Estas son Tamas (inactividad), Rajas (acción) y Sattva
(equilibrio o sabiduría). Quien desee profundizar sobre el conocimiento de
estas fuerzas, a las que se da el nombre de “Gunas”, puede hacerlo leyendo el Bhagavad.
Gurdjieff, otro buscador de la verdad sobre la naturaleza
del hombre, formula de la ley de Tres, en la que también habla de tres fuerzas,
sin la existencia de las cuales, nada se podría mover en este mundo, incluida
nuestra existencia como seres humanos. Una es una fuerza activa, otra pasiva y
una tercera neutralizante.
Desconozco si su ley de Tres tiene su origen en la teoría
hindú de las tres Gunas o ha llegado hasta ella de otro modo. Por otra parte,
aunque resulta interesante leer “El cuarto camino”, escrito por su discípulo
Ouspensky, tengo la impresión de que se pierde tratando de explicar el porqué
y cómo funciona esta ley en el plano teórico; del mismo modo que lo hace con la
ley que él llama de la Octava y cuya resultado práctico supone que “cualquier
proceso o actividad, se verá en un momento u otro interrumpido; desviándose,
indefectiblemente, de su objetivo”.
Todas las doctrinas que tratan de hacernos evolucionar como
seres humanos y alcanzar nuestro verdadero potencial nos dicen que estamos
prisioneros de esas Fuerzas de las que he hablado, y que no somos conscientes
de ellas porque en realidad estamos dormidos, es decir, no somos capaces de
observar lo programados, influenciados y manipulados que nos encontramos por
ellas.
En algunos post anteriores he hablado sobre la programación
a la que estamos sometidos desde el momento del nacimiento y de la que no somos
conscientes, y de la escasa o nula libertad que este hecho nos confiere. En
este post quiero explorar el hecho de que existen otros “programas”, en este
casos externos a nosotros, que también nos influyen añadiendo más barrotes a la
prisión, añadiendo más capas a nuestro sueño e impidiéndonos contemplar la
verdad: mientras no nos despertemos, no somos más que autómatas dirigidos por
nuestros propios programas o condicionamientos y “teledirigidos” por fuerzas
que operan sobre nosotros “desde el exterior”. Son fuerzas naturales, creadas
para que la vida se encuentre en movimiento y en evolución, pero no dejan de
ser ajenas a nuestra voluntad, si es que realmente la tenemos.
Creo que si hasta ahora, conociendo estas teorías, no era
capaz de ver con tanta claridad la influencia de estas fuerzas en mi vida era
porque aún estaba buscando en mis propios condicionamientos, los barrotes de mi
prisión.
Afortunadamente he encontrado muchos a través de mis
introspecciones, pero me había estancado. He buscado y buscado
condicionamientos instalados en mí en forma de pensamientos que determinadas
situaciones activaban sin que pudiera ver el proceso con claridad en un primer
momento. Cuando me di cuenta de la verdadera fuerza que tenían los pensamientos
que estaban actuando en mi conducta, casi por debajo de la línea de mi
conciencia, y que la observación pormenorizada de estos procesos me daba cierto
control sobre ellos hasta llegar a un punto en el que podía contrarrestarlos,
creí que todos los procesos a los que tenía que enfrentarme tenían su origen en
algún “pensamiento” instalado en mí, que debía contrarrestar. Y sin duda, en
aquel momento, era cierto.
Entender, gracias a las explicaciones de Joe Dispenza, que
los pensamientos operan en nuestras glándulas endocrinas generando las
sustancias que más tarde experimentaremos como emociones, me ayudó a entender
mis sensaciones. Entender, además, que la emoción producida por las hormonas
alimentaba de nuevo el pensamiento que la daba origen, generando nuevas
hormonas y con ello se entraba en un bucle, pensamiento-emoción, emoción-
pensamiento, etc., me ayudó aún más.
En algunos momentos no entendía por qué sabiendo que un
pensamientos me estaba haciendo daño, yo no era capaz de pararlo y es que,
gracias a las explicaciones de Dispenza entendí que cuando uno entra en esos
bucles es la química hormonal la que toma el control y resulta muy difícil
tomar el mando de tu cuerpo-mente, solamente con proponértelo. Para poder
utilizar algún tipo de estrategia tienes que entender primero a qué te estás
enfrentando. (Para el que esté interesado en este tema le recomiendo el libro
“Deja de ser tú mismo”, del citado autor.)
Me sucedió que cavando en mis recuerdos encontré múltiples
pensamientos que me condicionaban, que se habían instalado en mí durante mi
infancia y mi adolescencia, y que aún me estaban afectando muchos años después.
El hecho de poder observarlos y trabajar con ellos me permitió ir suprimiendo o
contrarrestando esa programación nociva que me mantenía prisionero.
Después de años de trabajo, hubo un momento en el que no
encontré más; y, sin embargo, aún seguía sintiéndome mal en muchas ocasiones.
Emociones o sentimientos como el miedo, la insatisfacción, la pereza, etc.,
seguían molestándome. Yo buscaba su origen en algún pensamiento, sin contemplar
la posibilidad de que estas aparecieran por si solas, sin necesidad de que
tuvieran su origen en alguna formación mental.
Nunca pensé que podía experimentar el miedo sin objeto, o la
insatisfacción sin objeto, que es lo mismo que decir sin un motivo, sin un
pensamiento que la originara.
Dice Aurobindo en su poema Savitri:
Largo tiempo he cavado,
profundamente,
en el fango y en el légamo
- - -
Ve adonde nadie ha ido, exclamó la
voz.
Cava más hondamente, más aún,
Creo que hasta que no me di cuenta de que no había más
pensamientos, instalados en mí, que me condicionaran, no pude contemplar ni
entender plenamente que del mismo modo que aparecían pensamientos en mi mente
per se, también aparecían emociones del mismo modo.
Desde mi punto de vista actual, esas gunas de las que hablan
los hindúes, o esa ley del Tres de la que habla Gurdjieff, están confirmando un
punto de vista en el que existen fuerzas externas que llegan hasta nuestro
cuerpo-mente, y que experimentamos directamente como emociones. Es nuestro
psiquismo el que, una vez es tocado por la emoción que sea, le busca un objeto,
un motivo que puede asociarse a ella de modo razonable; pero no es así. (Este
tema está desarrollado parcialmente en un post anterior.)
Creo que una parte de la liberación consiste en tomar
conciencia de las emociones que nos llegan y no aportarles nada, dejando que se
expresen y se extingan por sí mismas. El problema es que al darles un objeto,
al darles un motivo, las alimentamos generando el bucle a la inversa, pero
generándolo igualmente: emoción-pensamiento, pensamiento-emoción etc., hasta
que somos prisioneros de nuestra química hormonal.
Actuando de este modo, sin aportar un motivo, es posible una
oportunidad.
En realidad no podemos sustraernos totalmente de estas
fuerzas; pues son las que se encargan de mover el mundo, y se encuentran ajenas
a nuestros deseos y voluntad. Simplemente las experimentamos, pero no podemos
decidir que no nos afecten.
Me parece que no es correcto decir que debemos cultivar una
forma de ser basada en el positivismo, como pueda ser la fuerza o guna Sattva,
que, cuando nos afecta, nos hace sentir una sensación de alegría, paz,
satisfacción, etc., ya que esa alegría, paz o satisfacción las sentimos sin
motivo, sin objeto. Es nuestra mente la que le da un significado, la que le
busca una causa. Del mismo modo tampoco podemos echar fuera de nosotros la
sensación de pesimismo, insatisfacción o pereza porque sucede lo mismo: carece
de objeto, aunque nosotros mismos lo potenciamos al proporcionarle posibles
causas razonables.
En el primer caso, cuando se trata de alegría o paz, no
importa que lo alimentemos con pensamientos que convenientemente encajen con
esos sentimientos que experimentamos como consecuencia de esas fuerzas; en el
segundo caso, se aliviará nuestro dolor si conscientemente trabajáramos por no
encontrar un objeto o dar un motivo a esa insatisfacción.
La sensación de insatisfacción puede ser muy dolorosa. Aún
más si le aportamos un motivo u origen, que siempre encontraremos en nuestra
vida para justificarla. Después de experimentar repetidas veces ese sentimiento,
me he dado cuenta de que lo he experimentado sin causa. Algo que, en un
principio, no podía observar porque tenía como premisa que para que existiera
una emoción debía existir antes un pensamiento o situación que le diera origen.
Del mismo modo que Jean Klein aboga por “la alegría sin
objeto”, en este momento de mi vida, creo que existen muchas emociones, que
experimentamos, que tampoco lo tienen en el inicio, y que nosotros, más tarde,
“razonablemente” se lo damos.
Tomar conciencia y comprender que existen fuerzas que nos
afectan al margen de nuestra voluntad, es el primer paso para contrarrestarlas,
y para impedir que tomen el control de nuestra vida. Pienso que no podemos
sustraernos totalmente a ellas, pero sí podemos impedir que nos hagan sufrir
inútilmente.
Al parecer se puede conseguir un estado en el que esas
fuerzas dejan de influir en el espíritu. Ese estado recibe el nombre de
Kaivalya. Desde ese estado observamos la influencia de las gunas; pero eso no
quiere decir que dejen de afectar a nuestro cuerpo-mente.
Creo que alcanzar la iluminación de ningún modo elimina las
fuerzas de la naturaleza que influyen sobre nosotros, pero sí puede apaciguarlas o
utilizarlas, hasta cierto punto, en nuestro beneficio espiritual.
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