La actividad en la superficie de nuestro ser. La ilusión de la diversidad. Destruyendo algún barrote de la Matrix.

Principalmente hay un impulso básico y es el de supervivencia. Uno debe mantenerse vivo y no importa a qué precio. Este impulso, por sí solo, es capaz de generar un sinfín de actividad sin necesidad de ninguna motivación.
Otro impulso, que actúa sobre la gran mayoría, es el impulso que nos lleva a perpetuarnos como especie. Para ello, la naturaleza, ha creado el anzuelo del impulso sexual –con el enorme placer que conlleva- y la emoción del amor, con sus gratificaciones químicas, con el fin de mantener unida a la pareja que procrea durante el tiempo necesario para que sobreviva la progenie: tres o cuatro años; dicen algunos científicos.

Tanto el impulso sexual como el amor, en la misma media, se da en parejas homosexuales; y, además, cuando la sociedad en la que viven no oprime a estas minorías, aparecen los mismos impulsos de criar a otros seres humanos, de tener hijos, aunque sea por medios indirectos como a través de la adopción, una madre de alquiler o la inseminación artificial.

Sobre este tema es sobre el que más “literatura” se ha echado encima. Además, los seres humanos, bajo los efectos de la química o droga de la sensación de amor, desean creer en los artificios que las sociedades han generado para arroparlo y alimentarlo. Nadie quiere ver la realidad y alientan la idea de que verdaderamente existe un tipo de pareja que responde a los tópicos de los poemas, los ideales de las novelas y de las películas. Se piensa que existe una persona gracias a la cual, uno o una, cuando aparezca, será feliz para “toda la vida”.

En vez de adaptarse a lo que descubren, una vez que han creado una pareja, tratan de hacerla coincidir con esas estructuras utópicas de las que se han alimentado culturalmente. Al no conseguirlo, habitualmente culpan al otro o se culpan a sí mismos por no haber sabido hacer o elegir.

Después de estos dos impulsos básicos, el de supervivencia y el de continuar y cuidar de la especie, todos respondemos a dos tendencias básicas: buscamos el placer y huimos del dolor.

La búsqueda de placer, ayudada por los mecanismos del deseo, es la que más nos incita a movernos. No me refiero solamente al placer sexual, aunque pienso que es el más importante, sino al placer que da el poder, la capacidad de mandar sobre otros, de que se haga lo que uno quiera, de comprar confort en todas sus variantes: casas, coches, entornos, si es posible, paradisiacos, donde pasar unas vacaciones o permanecer toda una vida al cuidado de tus sirvientes.

Nada se escapa a los impulsos que nos vienen de “fábrica”. Ni siquiera los de aquellos que están inmersos en la investigación científica, filosófica o intelectual. Estamos programados genéticamente para hacer; y por la influencia de nuestro entorno para hacer precisamente lo que hacemos; naturalmente, unos en mayor medida que otros y con peores o mejores resultados que otros.

Después está todo aquello con lo que nos divertimos, con lo que nos distraemos, pero ¿distraernos de qué? Creo que esta es la pregunta que desmonta la idea de que nuestra especie tiene alguna finalidad sublime o gloriosa. En realidad buscamos distraernos del tedio que produce la vida. Como en todo, habrá privilegiados emocionalmente que nunca experimenten algo parecido a lo que describen mis palabras –aunque, sinceramente, es algo que pongo en duda-; pero estoy convencido de que a la gran mayoría “le duele” o le crea malestar el simple hecho de vivir.

Para ser justos hay que reconocer que si bien estamos programados para investigar tanto en los campos científicos, tecnológicos y filosóficos parece que después, siempre hay alguien dispuesto a poner al servicio de su bienestar personal cualesquiera que sean los logros; independientemente de su valor humanístico.

Por ejemplo: un grupo de personas decide crear una empresa de fármacos para curar enfermedades. Una vez que obtienen esos fármacos, en vez de preocuparse porque lleguen a cualquier parte del mundo y sacar de ellos unos beneficios razonables, se centran en sacar la mayor rentabilidad posible, sacar el mayor dinero posible sin importarlos hasta quiénes llegan esos nuevos avances o no. ¿Con qué finalidad? Pues con la de que esas personas-empresarios dispongan de más recursos para procurarse una vida en la que disfrutar de los mayores placeres posibles y padecer de las mínimas incomodidades (buscan el placer y huyen del dolor). Los científicos que trabajen para ellos, quizá tengan otras motivaciones y estén peor pagados, pero, en el fondo, los impulsos básicos son los mismos que los de sus patronos: todos desean una vida mejor.

El quid está en que este grupo de personas bien vestidas, bien perfumadas, que saben cómo expresarse y disfrutan de todo tipo de confort, no se diferencian en nada, en cuanto a los principales motivos o impulsos, de aquellos que vistiendo mal, no sabiendo cómo expresarse y viviendo en una humilde casa, crean una modesta empresa de reparto de alimentos, por ejemplo.

Ambos persiguen disponer de los recursos básicos para vivir y disfrutar de una vida más placentera. Los que viven en una casa humilde quizá busquen otra más amplia y con mejores servicios; los que viven en una mansión, quizá busquen algún palacete o directamente algún castillo en un paraje de cuento.

En cuanto a las distracciones que buscamos en la vida, me preguntaba antes de qué cosa buscamos distraernos; y decía que el hecho de vivir nos produce dolor o malestar y buscamos distraernos de ello, precisamente. Siendo esta la motivación principal, no habría una diferencia sustancial entre una persona que escucha ópera o que lee a Shakespeare que de otra que ve un partido de futbol o lee un comic. Ambas personas buscan distraerse del malestar que produce la vida cuando uno no está ocupado con algo. Es como si estuviéramos programados para no poder estar durante mucho tiempo inactivos, sin que esto nos produzca dolor o insatisfacción. Como decía, ambas personas huyen de lo mismo. Unas lo hacen a través de medios sofisticados y otras mediante actividades más simples; pero en definitiva buscan y hacen lo mismo.

Quiero llegar a la observación de que los diferentes círculos sociales en los que se estructura la vida de la humanidad, no procuran a las personas distinciones fundamentales en cuando a los impulsos que nos incitan a actuar o movernos en la vida. Si acaso, estos impulsos se adornan, se complementan con artificios, pero son los mismos y buscan la misma finalidad en todos los estratos sociales: encontrar el placer y escapar del dolor.

Es lógico y admisible desear pertenecer a esos círculos privilegiados que disponen de mayores recursos, ya que a mayores artificios hay mayor distracción.

¿Se podría llegar a afirmar con rotundidad que la felicidad que le produce a una persona el hecho de que marque un gol y gane su equipo de futbol es distinta, o de menor intensidad, que la de aquel que escucha un aria sublime en medio de una ópera?

Si el que va escuchar la ópera pudiera permanecer tranquilo, en su confortable residencia, sin que su mente le pidiera que generase alguna actividad, ya que de no hacerlo sus circuitos de recompensa permanecerían inactivos y con ellos aparecería el dolor mediante una sensación de insatisfacción; si pudiera permanecer tranquilo, decía, no se movería de su sillón. Lo mismo le sucede al que se sienta en una silla y vive en lugar no tan apetecible como el primero. A ambos su mente les hace huir del dolor que ella misma les genera, para buscar el placer, que también les genera ella misma al contemplar un espectáculo. Ya sea en un escenario o en un campo de hierba.

Cuando uno se da cuenta de ese tipo de matices, deja de pensar que disponer de mayores recursos le convertirá en un ser distinto o de mayor “calidad”. Eso no quiere decir que no debamos perseguirlos, pues de cuantos más recursos dispongamos, más entretenimiento o confort podremos procurarnos. No obstante si lo hacemos, lo haremos sabiendo que en nada cambiará nuestra esencia, nuestra limitada humanidad.

Lo que diferencia a alguien que descubre una fórmula matemática que quizá nos permita llegar a otros mundos, de aquel que descubre el modo de hacer pan es una cuestión de recursos, ya sean intelectuales (de los que nos vienen en el lote al nacer), ya sean culturales o económicos (con los que te arropa el círculo en el que hayas nacido). Ambos, básicamente, están impulsados por la misma fuerza. Quizá unos se expresen con más elementos, con más sutilezas en el lenguaje, pero acabarán diciendo lo mismo, cada uno a su modo: sentí el impulso de buscar y esto es lo que encontré.

Quizá al primero le adornen con medallas, pongan música a sus palabras o graben su nombre en alguna placa. Con el segundo, seguramente su círculo o entorno haga lo mismo, con otro tipo de metales, con instrumentos de música más simples y, tal vez, su placa pase más desapercibida.

Ambos siguieron los mismos impulsos, y ambos sentirán la misma sensación de satisfacción al alcanzar su objetivo. Los dos actuaron conforme a una programación idéntica que diversifico, en cuando al tipo objetivo y el modo de llegar hasta él,  la influencia del medio en el que nacieron y en el que desarrollan su vida.

Maya, la Matriz o la Matrix, lo único hace en envolver, con distintos embalajes los mismos condicionamientos y recompensas, para crear la ilusión de la diversidad, de una esencia variada basada en principios muy simples que todos compartimos. Sin embargo, cuando estamos “dormidos” y ciegos a esa simplicidad, pensamos que nos estamos perdiendo algo, y ahí tiene un campo abonado el mecanismo del deseo que nos impulsa al movimiento productivo o la simple distracción; y que nos impide ver lo prisioneros que estamos tanto de nuestro cuerpo-mente como de nuestro entorno.

Tomar conciencia de que el impulso que le hace actuar a un mugriento avaro que, cargado de recursos y de dinero, vive en condiciones lamentables, pero no se cansa de acumular más y más, es el mismo que el de aquel banquero o empresario que también busca ganar más y más, de modo que parece que nunca tiene lo suficiente, te libera de pensar que en esos círculos elevados, prácticamente inaccesibles para la gran mayoría, las personas están hechas de distinta pasta. El avaro mugriento, es posible que viva rodeado de suciedad física, y no le importe pagar ese precio. La suciedad del avaro empresario o banquero, vestido de Armani, quizá sea moral, y tampoco le importe vivir con su hedor. Pero de nuevo vamos a lo mismo: los impulsos por los que se rigen son idénticos. Los artificios con los que se arropan son los que utiliza Maya o nuestra Matriz para confundirnos y mantenernos dormidos, para pensar que merece la pena llegar hasta “allí”, hasta una esfera que creemos mejor que la nuestra. Por el contrario, seguramente hay personas, en esos círculos, que además envidiamos y que nos atraen, que creen que si tuvieran una vida más sencilla, si no fueran esclavos de los impulsos que experimentan, tal vez serían más felices. Sin embargo, si realmente pudieran saltar a alguno de estos círculos “desheredados”, se darían cuenta de que siguen siendo los mismo seres; los mismos esclavos de su más primigenia programación.

De algún modo sales de la Matriz no cuando te sustraes a tus impulsos, sino cuando comprendes que lo que puedas hacer con ellos, en primer lugar, no depende totalmente de ti y, en segundo lugar, como consecuencia de entender esto, ya no te importa la excelencia  del resultado de tus acciones o, mejor dicho, ya no te importa su repercusión, puesto que ni va a aumentar tu valor como persona, ni lo restará si nadie te aplaude por tus logros, o el marco de la foto en la que sales en vez de ser de plata o de oro, es de madera aglomerada.

El primer paso para comenzar a trabajar en nuestra liberación, es ver la puerta de la prisión en la que desarrollamos nuestra existencia, el segundo paso es comprender de qué están hechos sus barrotes y aceptar, desde la inteligencia y la serenidad, que no podemos destruirlos sin destruir nuestra propia naturaleza, sin atentar contra nuestra esencia, y en definitiva contra nosotros mismos, contra nuestra integridad.

La puerta se abrirá cuando esos barrotes dejen de importarnos, cuando ya no nos hagan daño nuestras circunstancias, nuestras limitaciones, nuestra programación. Eso no quiere decir que no sigamos trabajando para mejorarlas, pero es que cuando algo ya no te importa, dejas de verlo y, en consecuencia, los barrotes dejan de tener consistencia y te dejan de molestar. En esto consiste la aceptación, la rendición.

Saber que no puedes hacer más de lo que haces y que realmente no eres distinto a los demás, por muy arriba que se encuentren en la pirámide social, te da una libertad enorme; te libera de esa falsa responsabilidad perniciosa que nos hace sentirnos culpables o nos desvaloriza por nuestras limitaciones.
A fin de cuentas esas limitaciones no son tales, son herramientas que utiliza la Matrix para confundirnos, para que creamos que somos seres sustancialmente diferentes uno de otros, o estamos defectuosos, y que debemos perseguir lo que otros ya tienen para paliar nuestras “deficiencias”. A fin de cuentas, lo único que quiere la Matriz es que estemos en movimiento; aunque por algún motivo también nos deja entreverla junto con su intención. Yo aún no he descubierto el porqué, ni de lo uno, ni de lo otro.

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