Las emociones y la Conciencia Universal. Mi particular introspección.
Parto de la base en la que los sentimientos como el miedo,
el amor, la tranquilidad, la ira, etc., nos llegan desde el entorno porque por
algún motivo sintonizamos “accidentalmente” con ellos. El modo en el que nos
llegan es a través de las vibraciones de las que están formados. Estas
vibraciones contienen, además de la emoción, ideas o pensamientos asociados a
ellas. También es posible que lo que nos llegue en primer lugar sean
pensamientos ajenos a nosotros, que vibran en la atmósfera mental, y que al
llegar al foco de nuestra conciencia despierten las emociones que habitualmente
están relacionadas con ellos.
De este modo podríamos decir que cuando de repente nos
sentimos tristes, es porque hemos captado una vibración de tristeza, presente
en el campo o atmósfera mental, que hacemos nuestra al alimentarla con
pensamientos propios, fruto de las experiencias de infelicidad que hayamos
tenido en nuestra vida.
Por otra parte hay reacciones que se suponen deben aflorar
en determinadas circunstancias como por ejemplo, ira o enfado cuando las personas
con las que nos relacionamos no responden a las expectativas que teníamos sobre
ellas. La palabra clave en esta idea es “suponer”. Reaccionamos sin necesidad
de pensar, pero en realidad hay un pensamiento de fondo muy arraigado que hemos
hecho nuestro y es que debemos obrar con violencia cuando alguien nos ofende.
Pero es que hay algo más: cuando alguien nos ofende aparece en nosotros la
sensación de menosprecio, nos sentimos pequeños, débiles, y es esa debilidad la
que trata de compensarse haciendo aparecer la ira. Si no nos sintiéramos
débiles cuando alguien trata de quitarnos nuestra valía personal, nuestro valor
o dignidad con sus palabras, no aparecería la ira para compensarlo.
La libertad sobre las reacciones que experimentamos cuando
nos relacionamos con los demás, estriba en la observación de cómo se generan
nuestros impulsos y en no alimentarlos con ideas que los justifiquen.
A menudo el día de ayer no fue diferente al de hoy, pero
quizá hoy nos sintamos tristes o insatisfechos. En la mayoría de los casos eso
se debe a que captamos las vibraciones de la tristeza que se encuentra en el
campo o atmósfera metal. Pensando que el origen de la emoción está en nosotros
mismos, la “cuidamos” alimentándola con ideas y recuerdos que la justifican,
personalizando algo ajeno a nuestro ser y amargándonos el día por continuar verificando
en nuestra vida esa sensación que apareció de forma accidental.
En algunas ocasiones en las que me despertaba por la noche
con la necesidad de ir al baño, una sensación de miedo e incluso terror se
apoderaba de mí sin que pudiera entender el motivo. Este miedo siempre iba
acompañado de pensamientos de peligro, como la posibilidad de que hubiera algún intruso en la casa o
hubiera entrado algún animal por la ventana… en fin, de toda la imaginería que
nos sugiere la noche y la oscuridad. Después de mucho observar lo que me sucedía y
de comprobar que no era algo que me ocurriera únicamente a mí, finalmente
decidí mirarlo con más detenimiento y me di cuenta que, en primer lugar,
experimentaba la sensación de miedo y, en segundo lugar, la alimentaba con alguna
idea que surgía por asociación con ese sentimiento. También comprobé que si
observaba la sensación de miedo sin tratar de apartarla de mí con algún
pensamiento que me diera valor y, sobro todo, sin alimentarla, se terminaba
extinguiendo. A veces permanecía durante un breve espacio de tiempo pero finalmente
desaparecía. Sinceramente no sé cual es lo primero si la vibración del miedo o
el pensamiento que la genera, no sé cual fue antes si el huevo o la gallina,
pero sé que si no alimento las emociones con las que inesperadamente me
encuentro sin aparente motivo, no suelen molestarme durante mucho tiempo. Creo
que la clave está en tomar conciencia de que realmente no las generamos
nosotros y que, según Aurobindo o Rupert Sheldrake, vienen del campo energético
en el que estamos inmersos y que por mecanismos, que aún no podemos explicar, somos
capaces de captarlas. Al no ser “nuestras” emociones o “nuestros” pensamientos
no estamos en la “obligación” de darlos de “comer”. Es mejor observarlos y
dejarlos pasar continuando con nuestra vida tranquila.
Las vibraciones que generan nuestras emociones están ahí para
hacernos reaccionar, para que como seres humanos, estemos en movimiento. Forman
parte del complejo mecanismo de la vida. No se trata más que de un”juego”
complejo, del juego de “Maya”, como dicen los budistas, del “juego” de la vida que
ha ideado Dios o la Conciencia Universal. Las particulares vibraciones que
componen cada una de las emociones que somos capaces de experimentar están
alrededor de nosotros, en el campo energético que nos rodea, como lo está el
viento, las nubes, las radiaciones solares, etc. Al captarlas, las
personalizamos “adornándolas” con nuestros propios pensamientos, con nuestras
propias experiencias, y así creemos que somos dueños de nosotros mismos y de nuestras
emociones. Las captamos porque tenemos receptores energéticos para ellas, igual
que nuestro cuerpo tiene receptores físicos para las sustancias que genera
nuestro cerebro y su intrincada red de glándulas.
Darte cuenta de que es el “juego” de la Conciencia Universal
el que te está viviendo, tener la capacidad de ver que es la vida, la que te
vive con sus complejos modos de estimular tus “movimientos”, es el primer paso
para revertir el proceso y ser tú el que se ponga a los mandos de la “nave” con
la que en esta vida recorres la sección del universo que te ha correspondido en
suerte.
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