Reflexiones personales sobre la predestinación. Una individualidad predeterminada, una sociedad predeterminada y un secreto. Verdades incompletas. (1)

 Sobre una individualidad predeterminada.
Sin duda parece claro que mi felicidad no depende tanto de lo que tengo o dejo de tener si no de lo que pienso, es decir, de las ideas que atraviesan mi mente, de si las fijo, las aparto o las desarrollo.
Debo admitir que he avanzado en mi búsqueda, incluso tengo un pequeño control sobre los pensamientos que llegan hasta mi mente en el sentido en el que hablaba: de apartarlos, fijarlos  o desarrollarlos. Pero, si hasta el momento estaba convencido de que tanto mis capacidades como mis limitaciones iban en el lote con el que nacido –lo mismo que las circunstancias que me rodean-,  ahora empiezo a comprender que, lo que creo que son mis pensamientos,  mis creencias más íntimas, mis intereses, aquello en lo que deseo profundizar o desarrollar, tampoco son mérito mío, tampoco me pertenecen.
Me he dado cuenta, a través de la observación, que mi deseo de saber sobre la conducta humana, mi deseo de ser escritor, la propensión a desarrollar una actividad y no otra, son tendencias que comparto con un numeroso grupo de personas que habitan este mundo. Incluso esta búsqueda de  la verdad o de mi verdad,  no es sólo propia de mí. Y es más, el hecho de que esta búsqueda dé mayor o menor fruto tampoco depende de mi deseo, sino de la medida en que haya sido dotada, “de fábrica”, mi capacidad de reflexión, comprensión y acción.
Me pregunto si el resultado de esta búsqueda  me debería aportar algún tipo de ventaja, del estilo al que aporta, por ejemplo, el hecho de tener algún título con sus beneficios  sociales, culturales, laborales y económicos;  que sin duda contribuyen a una calidad de vida distinta a otra persona que carezca de él. Sin embargo, en este caso, no acabo de ver ningún beneficio al obtener esta claridad, en la visión que ahora tengo de mí mismo.
Lo que sí parece evidente es que la búsqueda del sentido de la vida pasa, en primer lugar, por dar sentido a mi propia vida construyendo y  desarrollando mis cualidades, corrigiendo los programas nocivos que me haya podido implantar mi educación –sobre todo los emocionales-, y satisfaciendo las necesidades básicas de mi cuerpo-mente; desde las más primarias, es decir la alimentación, la seguridad,  etc., pasando por las afectivas y concluyendo con las privativas como el derecho a tener tu propio espacio o tus propias ideas y creencias. ¿Realmente puedo hacer yo eso? (Ver la pirámide de Maslow).
Una vez alcanzado este equilibrio, o incluso aún en medio de la vorágine por alcanzarlo, algo desde dentro de mí, como dentro de cualquier otro buscador, me  incita a seguir indagando. Es entonces cuando comienzo a darme cuenta de que toda mi forma de ser, que en teoría estoy edificando o ya he edificado, en realidad, se ha construido a sí misma, se ha fabricado por sí sola. Empezando desde lo más externo, como puedan ser mis logros profesionales, económicos o afectivos, y terminando por lo que creía más íntimo o personal como mis valores, mis tendencias culturales, o incluso mis miedos y esperanzas.
Hay algo que parece contradictorio con la idea anterior, pero que no lo es en absoluto,  y es la creencia de que creamos nuestra realidad pensamiento a pensamiento y que son nuestras expectativas las que hacen que nuestro entorno, nuestras amistades y nuestra calidad de vida sea como la experimentamos. Si quiero tener una vida de calidad, tengo que tener pensamientos de calidad. Lo que sucede es que esas expectativas, esos pensamientos, aparecen por sí solos conformando el proceso de nuestra evolución. Sucede como si de algún modo, nos hubieran sido asignados. (Según Aurobindo, en el libro “El juego de la conciencia”, las ideas vienen de fuera de nosotros; desde este punto de vista, los seres humanos actuaríamos como postes de telégrafos con respecto a ellas.)
Aún sigo en la batalla de superar los complejos que accidentalmente he  adquirido como consecuencia de mi  educación, de mis circunstancias personales etc.;  y con la persecución de mis sueños u objetivos, entre los que se encuentra tener una forma de vida que me produzca satisfacción. Es en la vorágine de este  proceso  que me encuentro de frente con esta otra verdad: todo está sucediendo por sí mismo.  Hasta este momento, esta afirmación solamente era una frase para mí, una posibilidad o una conjetura. Ahora, al contemplar mi vida en su conjunto, me parece una certeza. ¿Me pregunto cuánto me durará esta percepción, cuánto tiempo tardaré en cambiar de opinión?
Hay quien piensa que la iluminación consiste en llegar a este tipo de certidumbres, es decir, que todo pasa por sí mismo o que todo lo que existe  es  uno, que todo es un solo Ser y que cada uno de nosotros es una parte de la totalidad. También piensan que, una vez alcanzada esta comprensión, las emociones se estabilizan, que  las necesidades tanto primarias como evolutivas no van a demandar que se las satisfaga o incluso que las necesidades emocionales y afectivas ya no nos van a molestar. Desde mi actual visión, todas estas demandas no desaparecen, no se equilibran, cuando se alcanza esta u otra comprensión. Ni por asomo variarán las circunstancias laborales, económicas o afectivas si no se trabaja sobre ellas, en la medida de las posibilidades que nos han sido asignadas.
No obstante tener la sensación certera de que es la propia vida la que me está viviendo y no a la inversa, me mantiene tanto con una sensación de impotencia, como en un estado de curiosidad permanente; pues tengo la impresión de que, de ser esto cierto, existe alguna laguna, falta alguna pieza, y que ésta puede aparecer en cualquier momento aportando luz a mis indagaciones. Uno puede leer o escuchar por boca del algún maestro la idea de que la vida te vive, como en innumerables veces me ha sucedido en el pasado, pero no resonar con ella en absoluto. En este momento, fruto de mi propia observación  resuena en mí,  y a través de mi intuición se ha convertido, en una convicción personal, por mucho que mi razón o mi mente funcional  pelee contra ella.
Habiendo tomado conciencia de que lo único que puedo hacer, al contemplar la naturaleza humana de ese modo, es observarla, puedo colegir que si individualmente somos, en principio, vividos por la propia Vida, sucede lo mismo con el conjunto de la sociedad.
Sobre una sociedad predeterminada
Me resultó curioso observar como las estructuras organizativas de los humanos confluyen en puntos importantes con la de algunos animales considerados superiores. Así tenemos al dirigente del grupo, las estructuras o clases de individuos que rodean a éste, con los privilegios que esto conlleva, y como el hecho de alejarse de su influencia limita la calidad de vida. Esto es algo que puede observarse en nuestra propia sociedad.
Es como si existiera un campo energético, o una estructura energética, que afectara a determinados individuos, a los que el mismo campo dotaría de las capacidades necesarias (tanto positivas como negativas,) para que ocupen ese lugar energético  -sería algo parecido a lo que Rupert Sheldrake llama campos morfogénicos-. Ese campo simplemente continuaría abasteciéndose de su progenie, que con toda probabilidad seguirá siendo influida por esa parcela del campo.
Esas estructuras van a estar ahí independientemente de lo que considere el individuo. Éste se limitaría a ocupar el lugar por el que es atraído y a actuar según las tendencias tanto individuales como propias de la posición social que ocupa y que estarían determinadas por el propio campo.
Aunque puedan existir múltiples líneas energéticas, que conformarían los estratos sociales, las principales son fáciles de identificar: las de los grandes empresarios, los banqueros, sus apéndices de poder como puedan ser los dirigentes políticos, las iglesias y las instituciones judiciales. Luego estaría el resto de individuos organizado bajo estructuras  en apariencia más elementales, pero igual de complejas. Dentro de los grandes empresarios y sus respectivos tentáculos, los habría que estarían dentro de círculos energéticos tendentes a favorecer al conjunto de la sociedad a la que pertenecen, beneficiando cambios que tiendan a renovar, o hacer más accesible, el tránsito de individuos entre las estructuras de las que forman  parte y otros que tenderían a perpetuarlas, blindarlas e incluso dejar bajo mínimo a los círculos de personas más alejados de los ámbitos del poder. Naturalmente, existirían círculos intermedios. Sin duda, esto es una simplificación, pero sentaría las bases para desarrollar esta teoría.
Esto se ve muy claro en los reportajes sobre las estructuras sociales de los primates. Los que están cerca del jefe se alimentan mejor que los que han nacido en círculos más lejanos, que no sólo pasan hambre sino que padecen sus consecuencias en cuanto a salud, bienestar individual, etc. El ser humano tiene una mayor complejidad, pero, en cuanto al modo en el que se organiza socialmente, solamente es complejo en lo aparente, en las formas. Creo que todas las formas de vida, se organizan en torno este campo, con peculiaridades propias para cada especie o reino natural.
Y ahora doy el salto hacia lo que no deseo contemplar: Tanto el individuo como el soporte social en el que vive están predeterminados, con muy poco margen para el cambio. Incluso cuando se da una revolución social como fue la francesa o la rusa, con la implantación del comunismo, únicamente cambian los símbolos externos, los nombres con los que designaron a los órganos de gobierno y a  las personas que ocuparon las esferas de control. La prueba está en que se comportaron del mismo modo que lo hicieron los anteriores, bajo otra marca (Rey, Primer Ministro, Secretario General…). Porque no depende de ellos su actitud y actuación, sino de los campos energéticos en los que se cimentan. De ahí que cobre sentido la frase que dice: “es necesario que las cosas cambien para que todo siga igual”. Por si no ha quedado suficientemente claro, las estructuras en las que se basaría un teórico nuevo orden social, solamente cambiarían en cuanto las siglas de los cargos y a las personas que ocuparan esos cargos, que seguirían bajo los efectos del campo, temporalmente trastocado, pero con una rígida cimentación.
La vida, la sociedad, se está viviendo a si misma e incluso las revoluciones forman parte de su plan. Cuando se tensan en demasía sus estructuras, podrían estar previstas de este modo sus salidas.
Siguiendo con la tesis inicial, si como individuos ni siquiera podemos hacer nada para decidir sobre nuestra vida o existencia, mucho menos podemos  influir  en el conjunto de la sociedad ya que estaría fundamentada en campos de energía bajo los que no tenemos ningún control.
Aunque creo que este campo conserva fijas sus estructuras para mantener la vida del modo en que la conocemos, también creo que tiene su propia inteligencia; que el campo evoluciona y con él lo hacemos quienes estamos bajo su influencia. Si el campo necesita de algo nuevo, el propio campo lo generará. Tal vez genere, en los momentos que considere necesario, líderes de la talla de Martín Lutero King o Nelson Mandela o componga un movimiento grupal aparentemente espontaneo que termine con algún tipo de abuso que necesite de una reacción social.
 Solamente despertando a esta realidad mayor, quizá se pueda hacer algo para cambiarla. Si este cambio es posible, no será a través de la fuerza, tampoco a través de la razón o cualquier otro medio físico. En cualquier caso resulta desesperante la sensación de estar tanto prisionero en uno mismo, como en el estrato de la sociedad en el que te encuentras sin haberlo solicitado.
Si en esto consiste la iluminación, no me extraña que no exista literatura sobre lo que sucede con los seres que llegan alcanzarla, el primer impulso es quitarse de en medio; aunque sin duda cobra sentido el dicho que reza:  “Antes de la iluminación: cortar madera, acarrear agua; después de la iluminación: cortar madera, acarrear agua.”
Llegado este punto yo ya no sé qué hacer. No sé por dónde continuar. Parece que es el final, el límite de mis razonamientos. No obstante, aún contemplando esta teoría como verdadera, creo que es una verdad incompleta. Intuyo que falta algo, pues aunque los budistas afirman que la vida y el mundo es el juego de Dios, una entidad tan compleja debe tener otro modo de divertirse y lo que aparentemente resulta ser “el gran teatro de mundo”,  quizá sea una gran escuela, donde la asignatura principal consista en estudiar el misterio que constituye la existencia. Quizá seamos algo más, quizá exista algún secreto.
El Secreto.
Tratando de entender ese secreto, me pongo a mi mismo este ejemplo gráfico:
Es posible que cada uno de nosotros sea como una especie de “terminal de ordenador biológico” conectado  con la fuente que lo diseño y lo construyó (Dios); pero nuestra conciencia tiene una especie de diodo, que permite que pase la información en un sentido, es decir del hombre hacia Dios, pero impide que lo haga en sentido contrario; por lo que Él sí puede observarnos a nosotros, pero nosotros no podemos observarle a Él. Quizá ese diodo en algún momento pueda  romperse o eliminarse, y nos demos cuenta que no solamente somos el terminal de Dios, que con su especial cámara web y otros sensores observa al hombre y su mundo, si no que somos Él mismo, que se ha dotado con un “Cuerpo-Hardware “con un complicado “Software-Mente” plagado de programas, entre los que se encontraría uno con el que, al tiempo que se oculta a sí mismo, se buscaría a sí mismo, también, constantemente.
Si, como planteo, ese diodo, por algún motivo, desapareciera y lo que ahora es una creencia se hiciera evidente para nuestra mente, de pronto pasaríamos  a ver, desde un  ángulo distinto otra verdad: que la vida no nos vive,  si no que realmente la habríamos creado nosotros mismos; sería fruto de nuestra más íntima voluntad ya que seríamos Dios y lo que pensábamos sus injerencias (el campo energético y nuestros condicionamientos personales) no fueran si no herramientas para su propio y nuestra propio sostén y  evolución;  en consecuencia la de Todo lo que existe: La Gran Obra. En este caso cerraríamos el  círculo que ha contenido siempre este secreto. Si llegara ese momento se haría cierta la creencia de que dentro de todo hombre y toda mujer,  dentro de todos los seres que habitan el mundo, junto con el mismo mundo, estaría oculto Dios. Mientras tanto tendremos que conformarnos con la razón, confirmando a la intuición como una herramienta que la complementa, y sus conclusiones como puertas hacia la verdad, que sin duda seguirá siendo incompleta, a la espera de una nueva expansión de nuestra conciencia que nos la permita completar.

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