LA NATURALEZA DE NUESTRO ESPÍRITU

Reflexión sobre la Naturaleza de Nuestro Espíritu

Por Valentín Mtnez Carbajo

El espíritu
La naturaleza del espíritu

Esta reflexión surgió cuando traté de poner en orden las ideas que transmite el Dr. Bruce Lipton en su libro “La Biología De La Creencia”.
Según Lipton la membrana celular es el verdadero cerebro de la célula. En ella existen una serie de receptores que responden a los estímulos de los diferentes tipos de energía -ya sea física o electromagnética- que se hayan en su entorno. Para que una energía específica que se encuentra en el entorno de la célula pueda recibir la señal de una energía que se encuentra en su entorno tiene que tener el receptor específico con la que pueda sintonizarlo.
A estos receptores los llama receptores de identidad. Nadie tiene el mismo número ni tipo de receptores, lo que nos hace únicos. Y único también el modo de percibir el mundo de cada ser.
Bruce Lipton dice que el YO se descarga en nuestro ser desde fuera a través de los receptores de identidad y que cuantos más receptores de identidad tenga un individuo mayor lugar ocupará dentro de la escala evolutiva.
En cada ser humano “se descarga una parte de la mente universal” que se expresa a través de los filtros de sus receptores de identidad, dando lugar a un ser único. Este ser, esta parte de la mente universal, particularmente limitada por el filtro de los receptores, es capaz de relacionarse con su entorno, aprender de él y emitir su aprendizaje a la fuente que lo anima. Según Rupert Sheldrake de este aprendizaje nos beneficiaríamos todos.
Sheldrake habla de los campos mórficos. Son campos de información (no de energía) alrededor de los cuales se organiza la materia y los seres vivos.
Una parte de este campo sería la mente universal.
Pero, a la vista de estas teorías, ¿quién soy YO?, ¿dónde me ubico realmente?
Soy un campo de energía e información. De energía mientras me encuentro vivo y de información antes de nacer y cuando muero. En realidad, soy un campo de información que nace a la vida. Ese campo de información determina la estructura del cuerpo físico y los receptores para sintonizarme con el campo universal.

Soy un campo de información
Soy un campo de energía

En la idea que expone Lipton parece dejar al azar la estructura de los receptores de identidad. Sin embargo, el campo mórfico del que habla Sheldrake, a través del cual se estructuraría la materia, en este caso el cuerpo humano, sería el soporte de esa información y en consecuencia, de la estructura de los receptores.
Una vez formado el SER HUMANO que soy –materia, energía e información- se enriquece a sí mismo y aporta nuevos datos al campo de información que le animó. Al aportar nuevos datos al campo de información e interactuando con los que contiene de origen, este se modifica, modificándose también la estructura física del ser.
Sería importante constatar que la información (en forma de creencia o conjetura) que emitimos al campo original, nos sería devuelta ya que forma parte de nosotros y tendría la capacidad de modificar nuestra estructura física, ya que fue este quien la creó. En consecuencia, si yo creo que el frío me hará enfermar, esa creencia, esa información que aporto al campo, de algún modo hará que mi organismo enferme, que se configure conforme a esa nueva información.
Es interesante observar que la información que yo lanzo al sistema me puede ser devuelta tanto directamente como a través de otras partes del mismo, a través de otros campos de información, es decir, de otros seres humanos. En consecuencia, tiene que haber un campo de información del que participamos todos y al que estamos todos conectados. Si yo informo a mi campo que merezco desprecio, obtendré desprecio de mi propio campo y de los campos de los demás a los que estoy unido por canales mórficos.
Si el entorno en el que me muevo es también un campo de información, un sistema formado por muchos sistemas, aunque de naturaleza distinta a la nuestra, podría pensarse que incluso las creencias que emitimos y que llegan al núcleo del conjunto de sistemas, pueda influir desde ese núcleo en un sistema diferente al humano, como el sistema atmosférico, por ejemplo, y de ese modo hacer posible la creencia de que una danza, puede hacer variar el tiempo.
Todo depende de la fuerza de la información, de la fuerza de la creencia.
De ahí la importancia de las creencias subconscientes. De los programas automáticos que funcionan en el ser humano y que emiten cada vez que se los estimula, logrando efectos en el propio ser y en su medio de existencia.
De ahí la importancia de todas nuestras creencias. Una creencia es un tipo de información que tenderá a realizarse. Nuestras creencias actúan como instrucciones. Como las instrucciones de un programa de ordenador. Una vez insertadas en el programa, tenderán a cumplirse hagan bien (mejorando una aplicación) o hagan mal (como en el caso de los virus). Como bien se puede deducir, el cumplimiento de la orden es ciego.
A la vista de los estudios de B. Lipton parece que la estructura física no es determinante para que pueda aparecer en un ser humano concreto las cualidades que su campo mórfico desea que aparezcan.
La interacción entre mi humanidad y la información que me anima, crea el testigo de las dos fuerzas principales que forman mi ser. Ese sería el germen del verdadero yo, que desarrollaría la capacidad de observar cómo se configura y comporta una parte de la mente universal limitada por mi molde único de identidad. Podría decirse que el testigo, en su máximo desarrollo, sería el propio Dios haciéndose consciente al ser humano (y a sí mismo) a través de las percepciones de sus sentidos.
Valentín Mtnez.

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