La naturaleza del deseo y el sufrimiento que éste nos produce.

Desear algo, ya sea un amor en concreto, un bien material, como pueda ser una casa o un coche determinado, un bien emocional, como un puesto que te proporcione prestigio  o tal vez poder, está en la naturaleza humana. Podemos decir, sin temor a equivocarnos,  que estamos programados para desear. Buda dijo que el motivo principal de nuestro sufrimiento es el deseo. Recuerdo un amigo que interpretaba ese deseo únicamente como el deseo sexual; pero Buda se estaba refiriendo a todo tipo de deseo incluido éste último.
El deseo se define como un movimiento de tipo afectivo hacia algo. Gracias al deseo estamos realmente en movimiento, nos levantamos de la cama, trabajamos, desarrollamos nuestras capacidades y  nos esforzamos en el área de la vida donde se encuentra nuestro objeto del deseo con tal de conseguirlo o alcanzarlo.
Si no deseáramos nada, si no existiera el deseo, tampoco existiría nuestra capacidad de inventiva, una motivación para hacer cosas novedosas o para plantearnos una superación personal  que nos permita conseguir nuestro fin.
Es cierto que el deseo produce sufrimiento cuando no podemos alcanzar su objeto. Durante el tiempo que deseo algo sufre todo mi ser, como si una parte de mí alma espoleara a mi cuerpo para que consiga mi deseo, para que acerque su objeto hacia mí. Cuando sufrimos porque no tenemos el amor de una persona determinada, es porque una parte de nosotros nos está castigando, nos está golpeando emocionalmente, para que  le demos lo que persigue, para que hagamos algo, ideemos alguna fórmula que nos ponga en contacto con lo que ambicionamos.
Pensamos, y de hecho una parte es así, que si alcanzamos el objeto del deseo obtendremos alegría y felicidad. Sobre todo sucede cuando perseguimos algo material, como un coche nuevo, una casa nueva, o ese televisor nuevo de no sé cuantas pulgadas. Una vez que lo hemos conseguido lo primero con lo que nos encontramos es con un estado de paz, de tranquilidad, sosiego y alegría, para más tarde toparnos con que esa alegría “extra” se marcha, prácticamente, con la misma rapidez que llegó.
Jean Klein tiene un libro muy bueno que se titula “La alegría sin objeto”. En él nos dice que  nuestra verdadera liberación se encuentra en mirar hacia nuestro interior y descubrir cómo el deseo actúa en nuestra naturaleza. Solamente desde ahí podemos ir en busca de alguna solución. Según Klein lo que buscamos al ir tras un objeto y alcanzarlo, es algo que ya tenemos. Él dice que la sensación más fuerte que experimentamos al conseguir el objeto de nuestro deseo es paz; y la paz ya estaba ahí sin necesidad de buscarla tras ninguna meta.
Por otra parte, la naturaleza del deseo es tal que nunca parará de hacernos desear algo. Tras haber alcanzado un objetivo, vendrá otro que tendrá implícita la misma promesa si lo conseguimos, es decir nos proporcionará mucha alegría y de nuevo un estado de paz.
Tomar conciencia de este hecho es liberador ya que muchas veces pensamos que nuestra felicidad depende de ésta o aquella cosa y no es más que el programa de nuestro deseo que nos tratará de convencer de que eso es así, independientemente de lo que deseemos. En realidad el placer que nos dará tener esa casa nueva que perseguimos será el mismo y durará prácticamente el mismo tiempo que el placer que nos producirá tener ese televisor de pantalla panorámica con el que soñamos. No depende de la magnitud del objeto el que dure más o menos nuestra felicidad.
Otro de los engaños del deseo es el de hacernos pensar que el objeto que perseguimos será el único que nos proporcionará la felicidad que anhelamos  y que una vez lo hayamos alcanzado estaremos satisfechos para siempre. En realidad eso no funciona así. Terminado ese deseo y tras un periodo de tranquilidad, aparecerá otro y si lo alcanzamos de nuevo habrá otro y otro hasta que nuestra vida decline y ya no podamos movernos más.
Si sabemos que por mucho que deseemos algo y lo consigamos, no dejaremos de desear, quizá no permitamos a nuestro psiquismo hacernos tanto daño y espolear, con su nerviosismo, angustia u otro tipo de dolor a nuestro cuerpo para que persigamos la “zanahoria” que haga que nos movamos y a la vez crezcamos o evolucionemos. Podríamos crecer con más paz, con el convencimiento de que ese o eso otro deseo no significa gran cosa, no son más que un estímulo para que nos agitemos; y en esa sabiduría, no prestar al deseo demasiada atención. No dejar que nuestra conciencia lo alimente, dando pábulo a nuestra tristeza o a nuestra desazón como motor, que se nos presenta para hostigarnos hasta que conseguimos nuestro objetivo.
De cualquier modo, al deseo no hay que matarlo, si acaso, domesticarlo, del mismo modo que a nuestro ego. Es tan importante tener deseos que de no existir alguno, podríamos caer en depresión. Es frecuente escuchar como a algunas personas  que les ha tocado la lotería se deprimen tras poseer el premio. No se debe a que tengan complejos de culpabilidad por ser tan afortunados, se debe a que de pronto tuvieron a mano todos sus deseos, desapareciendo los objetos tras lo que se dirigían y ya no tienen hacia dónde ir. De cualquier modo, su propia naturaleza se recompondrá de nuevo y les hará perseguir otros objetivos; probablemente de una especie tal que no puedan comprarse con dinero. Así de sabía es nuestra programación.
¿Y cómo domesticamos a nuestro deseo? Simplemente no poniendo energía él.  Si un día tras otro nos recreamos en el objeto que perseguimos, eso no lo traerá hasta nuestro lado, si no que será la fuente de la se abastecerá el mecanismo que nos espolea para obligarnos a alcanzarlo. Si no ponemos energía en nuestro objeto, ese mecanismo psíquico del que hablamos no nos hará daño despertando nuestra angustia y nerviosismo.
La clave está en donde situamos nuestra atención y en dejar de pensar que si dejamos de poner esa atención en el objeto que deseamos, éste desaparecerá. Ese es otro engaño de los mecanismos del deseo, para tenernos ocupados en su rutina, para que no nos paremos. Esto último sucede mucho cuando el objeto del deseo es el amor. No nos atrevemos a dejar de pensar en la persona amada porque creemos que se desvanecerá.
Además es importante saber que cuando deseamos algo, todo nuestro cuerpo está vibrando manifestando esa carencia. Se dice que atraemos aquello que hay dentro de nosotros, en consecuencia si lo que hay en nosotros es carencia de algo, el universo nos traerá más de esa carencia,  por lo que el objeto de nuestro deseo se alejará.
Debemos saber que  yo puedo desear algo, quiero tener algo, pero que estar pensando en ello un minuto tras otro lo alejará más de mí. Quizá la naturaleza del deseo sea esa, la de alejar el objeto del deseo para que no dejemos de movernos. Cuanto más deseemos algo, más se alejará, porque lo que pretende la vida, al dotarnos del deseo no es hacernos felices, si no que estemos en movimiento.
Sólo tomando conciencia de este hecho,  quizá se nos ocurra alguna estrategia para "exorcizarlo".
Por Valentín Martínez Carbajo.
(Si te ha gustado como está escrito tal vez también te guste su novela "La hora nona". Se encuentra en Amazon por sólo 0,98€)

Comentarios

  1. Gran entrada, Valentín. Hace reflexionar.

    Un abrazo.

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  2. Muchas gracias por tus palabras, Mcarmen.

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  3. "Jean Klein tiene un libro muy bueno que se titula “La alegría sin objeto”. En él nos dice que nuestra verdadera liberación se encuentra en mirar hacia nuestro interior y descubrir cómo el deseo actúa en nuestra naturaleza. Solamente desde ahí podemos ir en busca de alguna solución. Según Klein lo que buscamos al ir tras un objeto y alcanzarlo, es algo que ya tenemos. Dice que la sensación más fuerte que experimentamos al conseguir el objeto de nuestro deseo es paz; y la paz ya estaba ahí sin necesidad de buscarla tras ninguna meta" Es una magnífica entrada y ayuda a "ver". Gracias.

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