El Ego y su naturaleza. En busca de la paz mental.

Hace algún tiempo, cuando la filosofía de la New Age comenzó a expandirse y las espiritualidad oriental, de la que bebía, empezó a formar parte de nuestro sistema de creencias, apareció con fuerza el postulado de que el ego era la raíz de todos nuestros males y que si conseguíamos neutralizarlo alcanzaríamos un estado de paz que se identificó con el Nirvana, un lugar similar a nuestro Paraíso Terrenal, pero con olor a incienso.
El problema de raíz es que confundimos el ego del que hablan los orientales con el concepto que nosotros tenemos de él. Para un occidental el ego es la exaltación del yo, identificada de forma directa con la vanidad y el exceso desmesurado de amor propio. El ego entendido de este modo,  no es más que una característica de la personalidad cuya destrucción se opone directamente al fomento y cultivo de una saludable autoestima. Además, si fuera así de simple, sin con la eliminación de la vanidad y el amor propio alcanzáramos ese beatífico nirvana,  todos aquellos que no se aman a sí mismos, que no tiene amor propio  o cuya autoestima se encuentra por debajo del nivel del suelo, estarían en un estado de dicha suprema; cuando la realidad es que están en una situación tan lamentable que ni siquiera un rayo de felicidad es capaz de llegar a sus miserables vidas.
¿Entonces que es el ego? ¿Qué es esa parte de nuestro ser que se encarga de volvernos infelices, que abona nuestro dolor y que como consecuencia de su ausencia o su control nuestra calidad de vida cambia y con ello nuestra forma de ver y relacionarnos con el mundo?
En cierta ocasión leí una definición que me aportó algún entendimiento: el ego es un pensamiento que se cree el dueño de la casa; asociando la imagen de la casa a la mente y todos sus procesos. Desde nuestro paradigma occidental ese pensamiento sería el “yo”, pero no se trataría de un "yo”  exaltado si no de un simple “yo” que nos identifica como seres individuales con determinadas características que no compartimos con los demás. Yo soy fulano de tal, yo soy maestro o actor, yo soy rico o pobre, yo soy listo o tonto etc. Es cierto que en esencia uno es más que todas esas características con las que se define, pero tampoco parece que el hecho de diferenciarte de los demás sea motivo de infelicidad o impida la autorrealización.
Al parecer, según los orientales, dentro de nuestra mente no existe ni siquiera ese yo con entidad particular que la gobierne. La mente estaría formada por un conjunto de pensamientos tan simples como los que hemos apuntado, es decir,  “yo soy fulano o mengano” y tan complejos como evaluar peligros, formular teorías e hipótesis, programar nuestra vida diaria o calcular los recursos que necesitamos para nuestra existencia cotidiana.
Desde el “Yo soy fulano de tal”, hasta ingeniar y desarrollar una tecnología no hay más que un conjunto de “programas”, formados por pensamientos, instalados en nuestra mente mediante la educación verbal y no verbal que hemos recibido o tomado inconscientemente de nuestro entorno. Al conjunto de esta mente se le llama mente funcional, ya que es la que nos permite desarrollarnos como individuos y solucionar nuestros problemas tanto diarios como existenciales. Pues bien esta mente funcional es el tan traído y tan llevado EGO, al que se refieren los orientales. En consecuencia, el ego, no es una cualidad de la mente si no la mente funcionando en todo su conjunto, en toda su magnitud. Trataré de esclarecer este concepto. 
 Krishnamurti decía que con nuestra mente o nuestro pensamiento no podemos crear nada nuevo, porque todo lo que hay en ella es fruto de un aprendizaje; en consecuencia la mente no podría aportar una solución que antes no existiera ya en ella como algo aprendido.
Esto nos lleva al problema de que si esto es así, ¿de dónde vienen las ideas nuevas, de dónde surge el  Eureka  o la inspiración? Aunque ahora no resultaría difícil decir que vendrían de “el campo” del que hablan los físicos cuánticos, muchos años antes de que se hicieran estos descubrimientos científicos y se tratara de reinterpretar la realidad en base a ellos, Aurobindo decía que ese tipo de información, junto a una gran mayoría de pensamientos que pasan por nuestra mente, no aparecen en ella desde nuestro interior, si no que vienen de fuera y que nosotros somos como postes de telégrafo, a través de los cuales, va pasando, de unos a otros, la información como si se tratara de impulsos eléctricos, decía él. Sería más fácil entender si  en vez de impulsos eléctricos habláramos de ondas de radio.
Así pues tenemos una mente funcional que se alimenta tanto de sus propios pensamientos, fruto del aprendizaje y sus propios procesos mentales, a la que tenemos que añadir los pensamientos ajenos a ella, provenientes “del campo”, que incluyen  los procesados por el resto de las personas que pueblan nuestro mundo. Naturalmente, todo ello nos llega, a un nivel muy profundo, filtrado  por la barrera del consciente; pues de otro modo no podríamos tratar con tanta información.
No me extraña que muchas personas digan que se vuelven locas con tanto bullicio o ruido en su cabeza y busquen desesperadamente el silencio mental con métodos como el yoga, el zen, la meditación trascendental u otro tipo de técnicas que sin duda acaban dando su beneficio.
Sin embargo hay un modo mucho  más fácil de silenciar el ego o mente funcional. Eckhart Tolle habla de alcanzar un punto, que él llama conciencia testigo, desde donde marcamos una distancia con nuestra mente funcional y no nos dejamos absorber por ella. Uno de los libros que más me gustó de Tolle es “El poder del ahora”. Por primera vez escuché hablar de ese lugar desde el que establecías una distancia con esa caja de rayos y truenos en las que a veces se convierte nuestra mente.  Después de elaborar, para mí mismo, sus teorías, lo he resumido en algo que me ha servido y que quiero compartir con todo aquel que sienta interés por el proceso que puede conducir hasta la paz mental.
Vi a mi mente funcional, donde se encuentra mi yo, mis pensamientos cotidianos, mis proyectos y mis fantasías, como un aparato de radio, cuyo soporte es mi cerebro. Más si mi mente funcional no soy yo, si no un aparato de radio, ¿entonces quién soy yo? La respuesta se me hizo evidente: el que escucha la radio, el que escucha el bullir de toda la maquinaria mental y se encuentra absorbido, por los pensamientos como si de muy interesantes noticias se tratasen y a las cuales no se puede sustraer.
No se puede sustraer porque se cree que forma parte de ese bullicio, se cree que es cada uno de los pensamientos, de las noticias que aparecen y desaparecen en el campo de la conciencia, en la emisora que tenemos sintonizada, es decir, el consciente.
Si somos quien escucha ¿qué fuerza nos tiene subyugados a esas noticias, la mayor parte del tiempo, repetitivas, que son nuestros pensamientos?
Se trata de la conciencia a quien también podemos llamar atención.  La atención es una cualidad del que escucha, no de la mente. La conciencia o atención es una cualidad de nuestra verdadera esencia; una cualidad del que está realmente al mando de nuestro Ser.
Si aceptamos que somos quien escucha y que lo hace mediante la atención, tal vez podamos marcar una distancia con la caja de ruidos que es nuestra mente y no dar energía a esas noticias que aparecen en forma de pensamientos.
A partir de ese momento las noticias, los pensamientos, se consumirán por ellos mismos  al no prestarles nuestra atención para su desarrollo. Eso sí, no dejarán de aparecer, porque la naturaleza de la mente es pensar, y pensar es sacar a la luz los pensamientos que produce y recibe; no obstante ya no nos molestarán tanto, pues podremos interrumpirlos, escucharlos atenuados, bajarlos de volumen, o no prestarlos atención, como hacemos con la radio o la televisión cuando está de fondo.
Marcando esa distancia nos veremos liberados, alcanzaremos un lugar donde, por fin,  podremos vislumbrar lo que es la verdadera paz.  De cualquier modo tendremos que luchar por mantener esa distancia que hemos marcado en base a nuestra nueva comprensión,  ya que la mente tratará absorber nuestra atención constantemente para abastecerse con esa energía y así continuar dando voz a su repertorio.
Si marcamos una distancia con el ego, entendido como mente funcional, ganaremos la batalla del silencio. De otro modo será una lucha estéril. Sería como tratar de silenciar una fuente de mil caños, taponando un solo surtidor. Hay que arremeter contra  la tubería principal.
Por otra parte si lo logramos, si conseguimos marcar esa distancia, atenuando el sonido de nuestro receptor, también seremos capaces de sintonizar otras emisoras como las emiten desde el corazón o desde otros puntos que tal vez ahora descubramos,  sin la presencia de un ruido que, en la mayoría de los casos, tenía tanto volumen que  se volvía  ensordecedor.
Por Valentín Martínez Carbajo.
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