Y descendí a los infiernos. (A corazón abierto.)

La etapa que transcurrió entre los veinte y los treinta y cuatro años, fue tremendamente convulsa. Quizá debería empezar por decir que padecía de fuertes depresiones,  yo diría que desde niño. Mi adolescencia y juventud fueron etapas realmente solitarias. No solía conectar con la gente, me sentía basura y no tenía ganas de vivir. A los veintidós  años acudí por primera vez a un médico psiquiatra que si bien me aportó cierta tranquilidad, también me atiborró a pastillas. No sería hasta los treinta y cinco que una psicoanalista mejicana, establecida en España, dio con el origen del problema y sacándolo a la luz, rompió el hechizo nacido en mi infancia que había nublado los que se supone, tenían que haber sido, los años más hermosos de mi vida. Desde mi posición nunca hubo *“un esplendor en la hierba” que recordar, porque en la época “de la gloría de las flores” mis campos permanecieron yermos y vacíos. Aquel episodio me costó estar atado a la cama de un hospital durante casi un día. Uno de los médicos me comentó que sacar a luz aquellas “heridas” fue como realizar una operación sin anestesia. Después de aquel proceso por primera vez en mi vida, cuando contaba con treinta y cinco años, comencé a sentir lo que era no estar abatido, no necesitar de ningún medicamento con el que estabilizar el ánimo. Empecé a confiar en mí mismo y a intentar llevar la vida que deseaba.
Cuando por fin comencé a encontrarme bien, lo primero que sentí fue una enorme rabia  y frustración por  haber tenido que vivir en unas condiciones psicológicas tan adversas; pero más tarde también sentí gratitud; no por todo el dolor padecido sino porque aquella situación me había llevado a un búsqueda que de otro modo nunca hubiera iniciado.
He de decir que durante aquel periodo no fue todo oscuridad. Leía y leía, investigaba en la medida de mis recursos. En cierta ocasión me fui hasta Valencia donde acudí a la consulta del Dr. Escudero; un medico que había desarrollado la anestesia psicológica, operaba sin ningún tipo de analgésico  y había tratado con éxito algunos casos de depresión, según informaban sus libros. Realmente me mostró lo que era capaz de hacer el pensamiento cuando estaba bien dirigido. Me enseñó a traspasar mi brazo con una aguja hipodérmica sin sentir ningún tipo de dolor. Fue muy emocionante comprobar de primera mano como todas las cosas que había leído sobre el poder del pensamiento eran posibles si se aplicaban desde la  seriedad. Por desgracia  para mí, por aquella época, mi “mal” estaba tan oculto y arraigado que tardaría algún tiempo más en salir a la luz para poder atajarlo. Sin embargo aquel doctor del que tenía todas sus libros y casetes, no me había defraudado; es más me confirmó que eran posibles formas de pensamiento alternativas a las convenciones, a las establecidas por las a menudo rígidas normas de la ciencia. Además tengo que confirmar que gracias a aquella enfermedad me interesé por otras formas de pensar, por la filosofía, por el ocultismo, por la astrología, por el contenido de otras religiones en la búsqueda de una respuesta a lo que me estaba pasando.
Anterior a este episodio, hubo un año tremendamente inquietante. La idea del suicido había pasado por mi mente en innumerables ocasiones. De hecho me llegué a comprar un libro sobre como suicidarse sin dolor. Me resultó curioso comprobar lo difícil que resultaba quitarse la vida de forma no violenta  y las terribles consecuencias que podía acarrearte un mal cálculo en la dosis letal. Era tal mi grado de insatisfacción, el grado de dolor que me producían mis pensamientos que empecé a almacenar metódicamente cajas de un medicamento (no quiero revelar cuál) hasta alcanzar la cantidad suficiente como para no errar en mi objetivo. Cuando se iba acercando el momento, el miedo empezó a aparecer. Hay muchas “válvulas” de seguridad en nuestro cerebro que nos impiden quitarnos la vida así por las buenas. Por este motivo, cuando escucho que alguien lo ha hecho, comprendo el grado intenso de dolor al que tuvo que estar sometido para ser capaz de hacer saltar todos esos “seguros”. No siento admiración ante el suicida, pero tengo respeto.
En mi desesperación me sentía muy mal por vivir de alquiler en el piso que vivía y no poder vislumbrar ni por asomo del hecho de disfrutar de una casa como la que había en mis sueños. Mi trabajo tampoco era bueno y ganaba lo justo para ir tirando sin la posibilidad de ahorrar. Por otra parte y lo más hiriente, aunque tenía amigos, me encontraba solo y en mi horizonte, con mis complejos e inseguridades difícilmente me veía acompañado y mucho menos feliz.
Una mañana, después de dejar sobre la mesilla de noche una de las cajas que estaba almacenando, me tumbé vestido sobre la cama agotado por el peso de la desesperanza. De pronto una voz comenzó a interrogarme desde mi interior. Imaginé qué era yo mismo, pero hasta entonces no había actuado nunca de aquel modo. ¿Qué quieres, Valentín? -Escuché preguntarme a mí mismo.-  ¿Una casa como la que hay en tus sueños? No, respondí. Sé que pasado un tiempo la alegría por tenerla cesará y mi mente se sentirá de nuevo insatisfecha dando paso a un nuevo deseo, a un nuevo objetivo… Entonces, ¿quieres otro trabajo? –Insistió la voz.- Tampoco esa es la solución… También me cansaré y otra vez sentiré el mismo hastío por lo que haré día a tras, volviendo otra vez a sentirme  abatido. Entonces es una pareja lo que quizá realmente anhelas y por lo que encuentras así… Dudé pero volví a decir que no. Sé que el amor por muy bello que sea también se consume. Tampoco está ahí la respuesta.
¿Entonces, qué quieres? -Volvió la voz, que era la mía, a preguntar.- Después de unos instantes de silencio respondí:
Quiero… ¡Vivir! ¡QUIERO VIVIR! Me respondí al tiempo que una especie de corriente recorría mi cuerpo de  los pies a la cabeza y me levantaba de cama. ¡Quiero vivir! ¡SÓLO QUIERO VIVIR! Contesté totalmente convencido, en una mezcla de iluminación y euforia repentina.
Pues para vivir, como solamente quieres, lo tienes todo -seguí escuchando dentro de mí-. Para vivir solamente necesitas un lugar que te proteja del calor o el frio, ropa con la que cubrirte y comida para alimentarte. Si acaso, no te vendría mal algo de compañía.
Tienes más que un lugar que te protege del frio. Tu piso no está tan mal y es mucho más que una cueva que para ese fin que dices perseguir  sería suficiente. Tienes más ropa para cubrirte que el ochenta por ciento de la humanidad sin pensar en la comida que incluso te permites derrochar en un acto de inconsciencia. Y amigos, sabes que ahora tienes los suficientes; aunque es verdad que falta un amor verdadero. Eso será un regalo que tal vez te haga la vida o tal vez no.
Aquella especie de revelación que, repentinamente había tenido, no curó mis depresiones, pero sí mi deseo de marcharme de este mundo. Descubrí que amaba la vida y que para vivir tenía mucho más de lo imprescindible. Descubrir que quería vivir y que, por el momento, sólo quería realmente eso, me liberó de muchas presiones. No quiere esto decir que renunciara al derecho a prosperar, a disfrutar del éxito o a recorrer el mundo, incluso si fuera posible, instalado en el confort. Lo importante, es que había encontrado un punto de partida que resultaba suficiente para mí. Descubrí que lo tenía todo y que a partir de ahí podía continuar. Realmente me encontré a mí mismo y me liberé de las presiones que el entorno estaba ejerciendo sobre mí, dictándome lo que era conveniente, lo que era necesario, lo debería tener o conseguir. Si acaso algún día luchara por todo aquello, sería desde mi voluntad, desde mi propia fe, marcando los tiempos que mi propio corazón estableciera.
Hay una cosa más, pero la contaré más adelante, porque esta entrada se alargado demasiado.
Por Valentín Martínez Carbajo.
(Si te ha gustado como está escrito tal vez también te guste su novela "La hora nona". Se encuentra en Amazon por sólo 0,98€)

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*Esplendor en la hierba. Este poema se hizo famoso por la película de Elia Kazan. Una película extraordinaria.
Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello,
que en mi juventud me deslumbraba;
aunque ya nada pueda devolver
la hora del esplendor en la hierba
de la gloria en las flores,
no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.

(William Wordsworth)

Comentarios

  1. Mi querido Valentin, la existencia se halla más allá del poder definidor de las palabras. Lao-Tse decía "se pueden emplear términos pero ninguno de ellos es absoluto". Personalmente, te digo que todo es más simple y sencillo a como nuestras cabezas lo plantean... llegaste al final a ver lo poco que es necesario para vivir, y eso te salvó. Y es así.
    Seguiré leyendo tus escritos, despacio, como te mereces en la valentía de descubrirte. Un abrazo

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  2. Estimado escritor, felicito su maravillosa obra literaria, creo que todos los seres humanos debemos aprender que para vivir una vida feliz no necesitamos más que salud, estar vivos ya es mucha ganancia, de nosotros depende como la vivimos. Excelente tema, un placer el haber podido disfrutar de sus letras. Dios le bendiga.

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  3. Ana María: muchas gracias por la atención con la que lees mis entradas. Un afectuoso saludo.

    Ma Gloria: muchas gracias también por tus palabras.Un afectuoso saludo.

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