Algo realmente peligroso. La entrega de la vida.

Hace casi treinta años tuve un experiencia que no sé cómo calificar. En aquel momento todo estaba en coherencia con mi búsqueda personal y con la entrega absoluta que lo vivía. Pasado el tiempo llegué a pensar que todo había sido fruto de una locura temporal que afortunadamente acabó sin tener que lamentar consecuencias. Después de aquello algo cambió en mí, aunque no sé muy bien como describir lo que me ocurrió por dentro. Por aquella época estaba leyendo uno de los libros del filósofo y ocultista Rudof Steiner. Se trataba del libro “Cómo se adquiere el conocimientos de los mundos superiores”. Según Steiner  debíamos permitir que los acontecimientos y las cosas “nos hablaran” por sí mismos de su objeto, de su naturaleza o de su sentido. Al menos eso entendí. La vida, las circunstancias que nos rodean, todo nuestro entorno, aparentemente inerte, se comunicaría con nosotros si le entregáramos nuestra atención.
Por otra parte estaba leyendo un libro de Dyer titulado “La fuerza de creer”; en él me había llamado la atención el concepto de Satori, interpretándolo como una total entrega a la vida, a las circunstancias, al momento que uno está viviendo sin ningún tipo de escisión.
Por entonces yo quería saber muchas cosas como por ejemplo ¿qué sentido tenía la vida y si tenía algún sentido mi vida en particular? Me preguntaba por qué mi vida era cómo era, estaba llena de tantas insatisfacciones  y no podía hacer gran cosa por cambiarla.
Hubo un momento en el que decidí entregarme totalmente a los mandatos de mis pensamientos. Algo realmente peligroso, pues alguien que se abandona y hace lo que el primer pensamiento que pasa por mente le ordena, puede tacharse de loco; y aquello era lo último en lo que me quería convertir. No obstante, y a mí pesar, hubo en mí alguna parte de locura en aquellos años y concretamente en aquel hecho. No en vano, padecía de fuertes depresiones que finalmente superé y de las que en algún momento hablaré en este blog por si a alguno le sirven mis vivencias.
El caso es que una tarde sentí el impulso de acercarme a un almacén donde hacía un par de meses había comprado un sillón. No sabía muy bien el porqué, pues no necesitaba otro, quizá sólo fuera una forma de pasar el tiempo. Como estaba decidido a entregarme a mis impulsos pensando que estos podrían llevarme a algún tipo de compresión, decidí hacer caso “a aquel mandato”. El almacén estaba en la carretera, a las afueras de la ciudad. Así que cogí el coche y me dirigí hacia ese lugar expectante  –Cuando lo recuerdo ahora, me entran escalofríos-. Era verano, hacía calor y cuando llegué y bajé del coche pude observar que estaba totalmente cerrado. Allí había un perro negro, del tamaño de un pastor alemán, atado a una cadena larga, delante de una puerta protegida por una valla metálica.
De pronto, cuando me disponía a subir de nuevo al coche, el perro puso su pata sobre una lata vacía y la movió. En aquel momento comprendí, o “quise comprender”,  que había ido allí a dar de beber a un perro sediento, al que probablemente hasta el día siguiente no atenderían. En el maletero llevaba una garrafa, por si tenía que añadir agua al radiador del motor, pero estaba vacía. Subí al coche y me acerqué hasta una de las naves que había visto abiertas, en el trayecto hasta el almacén. Pedí un poco de agua y volví hasta donde se encontraba el perro. Sabía que si me acercaba hasta la lata, el perro me alcanzaría como así fue; pero estaba tan decidido a “entregarme a ese mandato que creía que me hacía la vida” que ni siquiera lo dudé un instante.
Me acerqué tranquilamente sin mirar al perro, aunque noté como comenzó a caminar hacia mí, y empecé a vaciar la garrafa en su recipiente. En aquel momento el perro agarró con sus mandíbulas mi brazo izquierdo. No lo hizo con fuerza, pero note su presión. En ese instante, desde lo más profundo de mí, entregué mi brazo a Dios literalmente. Le dije: “Dios mío, si crees que debo perder un brazo para aprender lo que tenga que aprender en esta vida de este hecho, si es esa tu voluntad, mi brazo es tuyo.”
En aquel momento el perro aflojó y yo seguí volcando el agua. Al cabo de unos segundos el perro me agarró de nuevo por una pierna, a la altura del tobillo. De nuevo prisionero de un estado que no sabría definir, en el que me sentía lleno de confianza y a la vez dispuesto a que me sucediese cualquier cosa , volví a dirigirme a Dios: “Dios mío, si crees que debo perder una pierna porque esa es tu voluntad, y debo aprender algo de este hecho, aquí la tienes, puedes cogerla”.
Estaba lleno de paz. No tenía ningún miedo y aquellas frases salían desde el más puro convencimiento de mi corazón. El perro de nuevo aflojó y yo me fui marchando lentamente mientras le escuchaba lamer el agua. Cuando estuve  fuera de su alcance me entró un temblor de piernas que no pude controlar. Una vez en casa me recriminé por mi locura. No obstante había aprendido algo sorprendente, o al menos así lo creí y así he vivido desde entonces en esa creencia: “Si te entregas a la vida, no te pasará nada”.  Comprendí  que la vida, a pesar de todas las frustraciones a las que me había sometido y lo seguía haciendo, no quería mi daño, no quería destruirme. La vida, Dios, o como quieras llamarlo, no quería más “mal” para mi vida que el que ya tenía; y era de ese “mal” del que debía aprender.
Nunca he vuelto a hacer algo de este calibre, es decir, exponerme a un peligro semejante. Es más, con el tiempo un temor que no tenía hacía los perros, hizo su aparición.
Pasados los años entendí que no era necesario ese tipo de gesto para entregarse a la vida. Basta con aceptar las situaciones difíciles por las que se pasa, basta con aceptar el dolor que la vida produce. Si tú lo buscas, ya no es tal dolor, ya no es esa situación que se te hace insoportable, porque es tu voluntad tenerla.
Creo que la vida es amable, que no quiere mi mal, ni el de nadie,  aunque mientras escriba estas palabras no me encuentre en uno de mis mejores días. A veces resulta más fácil hacer gestos “heroicos”  que aceptar la atonía de lo cotidiano, que aceptar no saber para qué y el porqué uno está aquí. Sólo después de unos años hablé de mi experiencia con algún amigo, pero al sentir su incomprensión lo silencié hasta este momento que, ante el anonimato de internet, me he atrevido a rememóralo aún a instancias de que alguien me tome por loco.
Por Valentín Martínez Carbajo.
(Si te ha gustado como está escrito tal vez también te guste su novela "La hora nona". Se encuentra en Amazon por sólo 0,98€)

Comentarios

  1. Estimado Valentin, he leído tu escrito con mucha atención. Me ha gustado mucho. A parte de lo bien redactado, el contenido me ha llenado de una profunda alegría. Yo también tuve un planteamiento de vida interior parecido al tuyo, en mi juventud, pero leyendo a H.Hess, he vivido experiencias que muchas personas no entenderían. Por ello, he comprendido lo que escribías y la experiencia que tuviste. Tus reflexiones finales son un puro grito de esperanza hacia la bondad de la vida. Encantada de poder seguir tus escritos. Un saludo, Ana M.

    ResponderEliminar
  2. Estimada Ana María, agradezco muchísimo tus palabras así como que te hayas hecho seguidora de mi blog. Lo pensé dos veces antes de redactar esta entrada porque no sabía si realmente alguien lo podría llegar a entender. Tu comentario me da pie a pensar que quizá haya muchos más espíritus afines de los que creía. De nuevo te agradezco tu atención. Un afectuoso saludo: Valentín.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El espíritu de los árboles. Una experiencia personal.

Cuando se termina el amor

La naturaleza del deseo y el sufrimiento que éste nos produce.