La fuerza del destino o el yugo de la predestinación. (Primera parte)

Cuando la vida te sonríe, cuando alcanzas tus metas sin grandes contratiempos, cuando el amor te resulta algo común y familiar, cuando la salud te responde ¿Quién va a pensar que en su vida todo está predeterminado? Cuando la inteligencia es despierta, cuando el esfuerzo  da al  fin el fruto deseado, cuando la búsqueda de una pareja concluye con éxito o cuando te arropa tu familia y con su decisión te ayuda a crecer o tal vez a salir de algún atolladero ¿Quién va creer que todo estaba decidido?
Es difícil pensar, cuando uno ha estudiado una determinada carrera, con voluntad ha logrado generar su empresa u ocupar un puesto relevante en cualquier otra, que todo lo que ha ocurrido le “ha sido dado”.
¿Qué diferencia existe entre alguien que logra, por ejemplo, concluir una empresa con éxito gracias a su inteligencia junto a su capacidad de esfuerzo y otro que no logra concluir nada favorablemente, su inteligencia no da más de sí y su tesón es tan débil como  una hebra de seda?
Sin duda la respuesta es obvia en el planteamiento que hemos presentado,  la diferencia está en el grado de inteligencia de cada una de esas personas y en el grado de empeño o vigor en el desarrollo de sus propósitos.
Pero ahora vamos a lo fundamental, ¿qué hizo el primero, el que ha logrado el éxito, para tener la inteligencia que tiene, qué hizo para tener esa capacidad de esfuerzo o tenacidad? ¿Por qué el segundo no se dotó de la misma inteligencia y la misma capacidad de esfuerzo que el otro? Desde mi punto de vista el segundo no pudo hacerlo por la misma razón por la que no ha decidido su color de pelo, su color de ojos o estatura. Tampoco ha decidido qué tipo de capacidad es en la que va a destacar. Un gran pintor, por ejemplo, no se hace, sencillamente es. Con esto  quiero decir que el pintor descubre en sí mismo ese talento que le es dado, del mismo modo que se ha encontrado con su complexión física o su capacidad para desarrollarla.
Nadie que haya triunfado va a desear reconocer de buen grado, que su triunfo le fue otorgado como consecuencia de las capacidades que su organismo y su psiquismo ya traían; pero esa es la verdad. Y no solamente es esa. También depende del lugar en el que la propia vida le hizo nacer. Nadie decide el lugar en el que nace y se encuentra con las oportunidades o ausencia de ellas que ese lugar le puede ofrecer. Nadie decide nacer en una familia próspera e instruida o en una mísera y analfabeta. Tampoco decidimos sobre la educación que nos van a impartir, sobre los ejemplos vitales que vamos recibir en unos años en los que absorbemos todo como esponjas, programándonos con ello las conductas y normas morales o socioculturales con las que más tarde regiremos nuestra propia existencia. Si “la naturaleza” no nos ha dotado con la capacidad de reflexión, probablemente las seguiremos ciegamente, tanto más cuanto esto no nos suponga ningún contratiempo.
Un atleta, un campeón olímpico tampoco se hace, por más entrenamiento que uno le dedique, el hombre o la mujer que lo es, descubre en sí mimo esa capacidad; y sólo alcanzará la meta el que haya sido dotado de las herramientas óptimas para esforzarse y lograrla.
Del mismo modo el que fracasa, tampoco debe sentir el peso de su naufragio. Si haces todo lo que está en tu mano y aún así no alcanzas la meta que persigues, ¿a caso decidiste limitarte en tus habilidades? ¿A caso decidiste que vendrías con una inteligencia menor, con una capacidad de esfuerzo insuficiente o con una suerte diferente de quien sí logro alcanzar lo que perseguía? ¿A caso tú decidiste que tu hábitat te fuera hostil, que la escasez de oportunidades te rodeara? ¡Por supuesto que no!  Como tampoco eligió el otro todo lo contrario.
Cuando uno tiene capacidad para la reflexión, ya está todo decidido, uno ya ha sido “creado” y programado con las influencias del entorno vital que le “le ha tocado” por fortuna.
Debemos despertar en el sentido de tomar conciencia de este hecho. Sin duda es un hecho frustrante descubrir la total ausencia de libertad en cuanto a la elección de aquello con lo que iniciamos el camino en este mundo y las capacidades para desplegar nuestros sueños; unos sueños que sin duda también están determinados por el entorno en el que nos desarrollamos como seres sociales que somos.
Como piezas en una maquinaria gigantesca, como es la sociedad humana en la que vivimos, nos movemos al son del lugar que ocupamos y nuestra programación. Una programación tanto más peligrosa cuando se queda instalada en nuestro subconsciente y desde ahí  actúa llevándonos de aquí hacía allá, durante toda nuestra existencia, limitándonos mentalmente aún cuando física o anímicamente no hayamos nacido con alguna tara.
¡Qué panorama tan grotesco! Pero es así. Sólo tomando conciencia de este hecho, sólo “despertando” como todos los caminos espirituales nos demandan, podremos sí no cambiar las piezas básicas de nuestro organismo, sí la programación que nos ha sido instalada. Después, si vemos que aún con todos los esfuerzos no logramos gran cosa, al menos dejaremos a un lado la carga de nuestra responsabilidad por no alcanzar las metas que otros alcanzaron o por no ser mejores de lo que realmente somos o pretendemos.
Y por si fuera poco existen otras piezas invisibles, otras fuerzas que nos sitúan, lo queramos o no, en posiciones totalmente ajenas a nuestras voluntades. Ese es el espíritu de la colmena que forma cada sociedad humana, que como a las abejas nos ciñe y nos subyuga a un rol determinado. Pero esto necesita un desarrollo más amplio, una reflexión distinta que haré en un nuevo post.
No quiero concluir con una mirada trágica de la existencia, así quiero decir para finalizar, que  si somos capaces de despertar y ver este entramado de cadenas invisibles que nos dirige, que nos predetermina, también seremos capaces de encontrar la fórmula que nos libere. Al menos eso prometen los que han sido iluminados, el Neo de Matrix o cualquier otro héroe que merezca la pena prestar  atención. De cualquier modo si nada está realmente en nuestras manos, si todo ha sido establecido sin nuestro asentimiento y todo ocurrirá del modo ineludible que nuestro complejo software determine: ¡Qué importa lo que hagamos si será del modo en el que lo encontremos, del modo en el que descubramos lo que está fluyendo por sí mismo en nuestra existencia personal! Quizá desde esta distancia, podamos encontrarnos con la paz.
 (Para aquel que quiera profundizar en el tema de la predestinación le recomiendo el libro de Rames Balsekar  “No importa!”.)
Por Valentín Martínez Carbajo.
(Si te ha gustado como está escrito tal vez también te guste su novela "La hora nona". Se encuentra en Amazon por sólo 0,98€)

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