Y probablemente resucité. (Sobre el amor)

Continuación de “Y descendí a los infiernos”.
En aquel momento en el que descubrí que únicamente deseaba vivir, tal y como describí en la entrada anterior, experimenté una especie de corriente, que no sabría cómo definir,  recorriendo todo mi cuerpo, de los pies a la cabeza. Me notaba muy nervioso en el sentido de tener un extra de energía que, bullendo en mi interior, me impedía permanecer quieto, tanto mental como físicamente. De pronto todo mi ser y psiquismo había cambiado. Me sentía arraigado a la vida, con fuerza, con confianza, seguro de alcanzar la meta que me propusiera. Algunos proyectos de trabajo que tan solo había sido pinceladas fueron cobrando forma  y, junto a ella, el convencimiento de que si era capaz de ponerlos en marcha también sería capaz de conducirlos hasta el éxito. Sentía valor, una claridad mental  diferente y un espacio nuevo en el que los pensamientos negativos no tenían cabida, de hecho ni siquiera se asomaban. Pero lo que realmente me sorprendió fue el amor que de pronto sentí tanto por todo, como por todos los que me rodeaban. Sentía un amor hasta el punto que, al recordar a cualquier familiar o amigo, ya fuera del presente o del pasado, hacía que saltaran mis lágrimas, vibrara en mi corazón una sensación particular, cálida y hermosa, que despertaba una ternura que hubiera retenido eternamente, que, aunque me convertía en un ser vulnerable, al tiempo era la cumbre de la más alta felicidad.
Aquel amor era un amor asexuado, aunque tenía la misma esencia de cuando uno se enamora, de cuando uno es capaz incluso de entregar su vida por la persona que ama. Quizá no fuera tan intenso porque faltaba la obsesión, pues no se aferraba a nadie y pasaba de uno a otro casi al tiempo que desfilaban entre mis pensamientos.
Aquella experiencia duró un par de semanas, aproximadamente. No fue todo el tiempo igual, ni en todo momento gratificante; además la gente con la que me relacionaba me percibía raro. Yo notaba unas veces su rechazo y otras su temor. Por entonces ya vivía solo, pero recuerdo que mis padres, al verme tan distinto me forzaron a que acudiera al médico. Como, aunque me sentía bien, también estaba de algún modo confundido, accedí a su demanda;  además, la fuerza inicial con la que se había manifestado aquel estado, fue disminuyendo hasta tal punto que me devolvió a la “normalidad”, quitándome la fuerza y la seguridad que en un principio me había otorgado.
Todo aquello se esfumó como si hubiera sido una tormenta de verano. Afortunadamente me quedé con el deseo de vivir y el hecho de haber experimentado aquel amor que del mismo modo que llegó se fue desvaneciendo hasta apagarse  por completo.
No fue hasta  años después que empecé a leer sobre “las emergencias espirituales” que describía Stanislav Grof o las experiencias kundalini, que podían llevarte a experimentar estados que se encontraban al borde de la locura, cuando me pereció encontrar algunas similitudes en cuando al proceso que había experimentado y empecé a interesarme por esos temas.
Ya fuera una emergencia espiritual o un efecto de  kundalini, sobre lo que más medité en los meses siguientes fue sobre el amor que había experimentado.  
Me di cuenta que el amor, realmente es un don. Tú no puedes obligarte a amar a alguien, ni siquiera a quererle, ya sea tu propio padre, madre o incluso tu hijo. No puedes pedir cuentas  a quien fue tu ser amado por dejarte de amar, ni decidir amar alguien en concreto ya que el amor no es voluntad de los enamorados sino que estos  lo encuentran o lo descubren vibrando de pronto dentro de sí mismos. No existe algún resorte que nos permita manejarlo, pues de otro modo no nos enamoraríamos de quien desde el primer momento sabemos que nos hará sufrir o nunca podrá correspondernos. Por otra parte no dejaríamos de amar si tuviéramos el modo de perpetuarlo.
Tal vez podamos comportarnos con amabilidad, con diligencia, con respeto, incluso con heroísmo, pero amar, lo que se dice amar, sólo puede sentirse cuando el amor decide aparecer, o lo despierta un “no sé qué” que no se puede definir y  que no sé siquiera si es atribuible al ser amado.
El amor sin un objeto es lo que llaman el amor universal. Creo que en aquel momento, en mi locura temporal, lo sentí. Por eso sé que realmente existe. No es diferente del que sienten los novios o los amantes, aunque está ausente de la pasión en la que los cuerpos se recrean cuando con su magia los embruja.
No sé si se despierta por sí mismo, si hay algo que aún desconozco que pueda hacerlo aparecer o retenerlo el tiempo que uno quiera. Lo que sí creo es que los santos, si acaso  existen, no experimentan el amor por ser el fruto de su santidad;  si no que sí son santos es porque el amor los posee, es porque el amor los transforma; un amor que en modo alguno es atraído por la bondad; sino que es ese amor,  el que después hará nacer todo lo bueno.
No hay más felicidad que la de estar enamorado, ni mayor don que ser correspondido. Hoy quiero concluir con parte de unos versos que compuse hace años. Ojalá vuelva a sentir de nuevo de este modo algún día.
Llegaste como el agua que esperaba/ la eterna primavera de mi vida/ Si el sol abrasador la marchitara/ ningún reproche hará que renunciara /al tiempo que abrigó mis alegrías…
¡Duerme!, mi amor, descansa en mis abrazos. / Yo velaré tu sueño con mi espada. / Es tu calor la tela de mi almohada. / Tu corazón… la mano que me guía.
Por Valentín Martínez Carbajo.
(Si te ha gustado como está escrito tal vez también te guste su novela "La hora nona". Se encuentra en Amazon por sólo 0,98€)

Comentarios

Entradas populares de este blog

El espíritu de los árboles. Una experiencia personal.

Cuando se termina el amor

La naturaleza del deseo y el sufrimiento que éste nos produce.