El espíritu de los árboles. Una experiencia personal.
Cuando dejé mi vida monástica, no tenía absolutamente nada. En principio no existían muchos motivos para alarmarme ya que enseguida encontré un trabajo temporal que me permitió activar el subsidio del paro, que después de toda una vida de trabajo, anterior a la etapa en el monasterio, me correspondía. Con la tranquilidad que aquellos ingresos me aportaban me dediqué a preparar una oposición para justicia, la cual aprobé, pero sin la nota suficiente como para obtener una plaza. El tiempo se agotaba y el panorama que tenía por delante no se presentaba muy alentador. Tenía cuarenta y dos años y no encontraba nada que realmente me aportase estabilidad. Llevaba una vida bastante austera, lo que hacía de mi casa un lugar no demasiado acogedor. De haber vivido con holgura, disfrutando de cierta estabilidad económica en el pasado, con una vida social rica y equilibrada, me fui encontrando progresivamente al otro lado: sin recursos, con pocos amigos, lleno de miedos e incertidumbres. L
Comentarios
Publicar un comentario