La imposibilidad de perdonar

El perdón no es un ejercicio de la voluntad, ni siquiera lo es de la razón; si es que acaso perdonar fuera posible, ese hecho procede de otro lugar que más adelante trataré de señalar.

Uno no puede decidir perdonar a un agresor del mismo modo que tampoco puede decidir amar a una persona. Si pudiéramos amar a voluntad, existiría algún “botón” que pulsar en nuestro organismo para que se generara ese sentimiento.

Partimos de la base que existe un agresor con quien tienes que practicar el perdón. Puedes mostrarte amable, respetuoso y considerado con ese agresor, pero eso no quiere decir que por mostrarte de ese modo no sientas repulsa hacia él e incluso desees castigarle.

Es claro que puedes contener tus impulsos, que incluso puedes obrar de modo contrario a lo que estos te están pidiendo, pero no puedes manejar la reacción que tu cuerpo, herido o humillado por una agresión, experimenta de manera autónoma, es decir, por sí mismo.

También es posible negar los impulsos, reprimirlos, encerrarlos en una prisión con barrotes creados con nuestros razonamientos, pero con esa decisión no sólo no aplacamos nuestro dolor, sino que nos haremos enfermar por impedir que nuestra reacción natural tenga su propio desarrollo. Reprimir la ira que produce una agresión, te debilita creándote una depresión en el estado de ánimo que quizá más tarde somatices de un modo inesperado.

El primer paso para que se genere el perdón en nuestro ser, si es que ha de producirse, es legitimar nuestro dolor. Es decir, yo no siento ira porque sí, porque lo desee, sino que esta ira es consecuencia de una violación de mi integridad mediante un trato que puede ser desde simplemente incorrecto hasta vejatorio; y que sin duda considero que no merezco.

Creo que una de las peores cosas que puedes decir a una persona en el momento en el que te cuenta el maltrato continuado de un familiar como pueda ser la madre, el padre, el hermano, etc. es decirle que debe” perdonarlos. Cuando se da ese consejo se está agrediendo por segunda vez a la víctima ya que en vez de comprender su dolor, y la rabia que le produce, estamos minimizando o incluso despreciando sus sentimientos, su necesidad de desahogarlos; al tiempo que de un modo inconscientemente perverso estamos legitimando al agresor.

Legitimar nuestro dolor es admitir ante nosotros mismos que no sentimos rabia, rechazo o deseos de venganza porque sí, sin razón alguna, sin motivo; sino que si experimentamos esos sentimientos, sobre los que no hemos hecho voluntariamente nada para que surjan en nosotros; surgen porque alguien nos los ha despertado.

A menudo se carga a las víctimas con el sentimiento de culpabilidad por sacar a la luz la agresión, por quejarse del agresor, por desear defenderse del agravio del que han sido objeto.

La incapacidad para comprender al agredido o la imposibilidad de enfrentarnos al horror que supondría que eso pudiera sucedernos a nosotros, nos lleva a aconsejar rápidamente que olviden la agresión y que perdonen. Si esas personas que actúan así se dieran cuenta de que dan ese consejo como consecuencia del horror que los hechos que le están confiando generan en ellas, y porque no pueden con esa tensión, tomarían conciencia del terrible sufrimiento que padece la víctima; no porque imagine lo sucedido, como nos ocurre a nosotros, sino porque lo ha experimentado en su piel y al mismo tiempo en su alma.

Que nadie piense que abogo por la venganza. Abogo por el derecho a decir que si alguien te ha causado una agresión sientes ira y deseos de que el daño que te ha sido causado sea reparado. Sin esa legitimación, no podemos caminar hasta ese perdón tan irreflexivamente idealizado.

Cuando alguien que debía protegerte te agrede, por muy familiar tuyo que sea, debes alejarte. Si alguien te desvaloriza como ser humano con un trato vejatorio, antes ni siquiera de plantearte el perdón —que solo sería admisible si te lo piden— puedes alejarte, ya sea físicamente o mentalmente de esa persona.

En segundo lugar debes aceptar tu rabia o tu ira, y saber que son consecuencia de un hecho que te ha sobrevenido. Eso no te hace menos “espiritual”.

A esto debería seguir una etapa de duelo por esa parte de ti en la que la agresión, o conducta inapropiada, ha causado una herida, o incluso ha hecho que muera. Después tienes que esperar a ver qué sucede dentro de ti.

Si has de perdonar, el perdón aparecerá por sí solo, como aparece el amor. No podrás hacerlo aparecer, y no debes culpabilizarte por ello ya que es algo totalmente ajeno a tu voluntad. Quizá puedas volver a ser amable con la persona que te agredió, pero ser amable y tratarle con respeto no significa que le hayas perdonado.
La razón no manda en nuestro corazón; tiene sus propias leyes y saberlo es imprescindible para completar el proceso del perdón cuando deba producirse.

Hay que tener presente que ni amar ni perdonar significa ser amable, correcto o educado. No tiene nada que ver con las formas, sino con lo que sentimos dentro y no podemos controlar. Algunos piensan que ser afectuoso con alguien, o con la gente en general, es mostrarle una cara sonriente, ponerle la mano en el hombro, cuidarlo o incluso hasta abrazarlo. Todo eso puede aprenderse y puede fingirse. Tanto el afecto, como el amor o el perdón no pueden aprenderse; se puede aprender la conducta que se deriva de ello viéndola en otras personas que amaron o perdonaron porque simplemente lo sintieron, pero no podemos hacerlo nacer en nosotros.

En cuanto al amor: amas o no amas, te aman o no te aman; no puedes hacer nada porque sea de un modo distinto. No puedes obligarte a amar como tampoco puedes obligar a nadie a que te ame. Respecto al perdón sucede lo mismo; no obstante existe un camino que puede facilitar que esos mecanismos que se escapan a nuestro control no sigan ejerciendo su férrea dictadura y nos impidan encontrarlo.

En post anteriores he tratado de poner de manifiesto nuestra casi absoluta falta de libertad. Somos soñadores que no sabemos que vivimos en un sueño; actuamos de acuerdo a la programación que nuestro entorno y educación nos ido instalando en nuestro Hardware: nuestro cuerpo-mente en toda su complejidad. En consecuencia darte cuenta de que la persona que te hirió no podía hacer una cosa distinta a la que hizo[i], una vez que ha tratado de ponerse en paz con nosotros, ha reconocido su daño y nos ha pedido que le perdonemos, entonces y solo entonces, quizá veamos aparecer el perdón dentro de nosotros, y podamos decir que la perdonamos desde el corazón; no desde la conveniencia.

Mientras tanto, si nadie nos pide que le perdonemos, debe cargar con su propia responsabilidad sobre el daño que nos ha hecho; sobre la desvalorización a la que nos ha sometido. De otro modo, como dice Bert Hellinger, estamos dándole permiso para  que vuelva a agredirnos en el futuro.

No se puede vivir con rencor o con deseos de venganza de manera permanente, pues el efecto que tienen sobre nuestro organismo es parecido al de una toxina empeñada en corroernos por dentro, tanto física como mentalmente, mientras vivamos de ese modo. Sin embargo, me parece que se nos exige demasiado con lo que “deberíamos” o “no deberíamos” hacer, con lo que “deberíamos” o “no deberíamos” sentir, cuando la realidad es que eso no está en nuestras manos.

Tampoco podemos vivir pensando únicamente que nuestro mundo espiritual es mucho más importante que nuestro mundo físico, con toda esa batería de sentimientos o sensaciones que “no deberían estar ahí”. Sin nuestro cuerpo no habría lugar para nuestro espíritu; y sin nuestro espíritu nuestro cuerpo no estaría animado. Integrar la sombra es aceptar que nuestra naturaleza no se acomoda nuestras normas morales o de ninguna otra índole; es aceptar que aunque no nos guste lo que vemos dentro de nosotros, no por ese motivo desaparecerá.

Además, aceptar la sombra no significa perder ninguna batalla, de hecho ganamos la guerra; ya que ese es el secreto que esconde el lado oscuro. Cuanto más le neguemos con más fuerza pulsará para ponerse de manifiesto. Cuanto más lo aceptemos más débil se volverá; pues no tendrá energía con la que alimentarse.

Aceptando que no podemos perdonar a voluntad, el perdón se abrirá paso por sí mismo; y, finalmente, pueda que se produzca el milagro.




[i] “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Dijo Jesucristo mientras estaba en la cruz.

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