La ausencia del Yo y del pensamiento. Sobre la posibilidad de que en realidad no pensemos. La mente como pantalla compartida por todos. (4)

¿Y si no hubiera ningún Yo dentro de nosotros la mayor parte del tiempo; y si no hubiera " nadie"dentro de esa estructura que llamamos cuerpo-mente?
Creo que durante la mayor parte de nuestra vida no hay ningún Yo, tal y como se entiende normalmente. El Yo debe nacer. No existe ningún yo porque en realidad durante la mayor parte de nuestra existencia  no pensamos; es después de algunos años, una vez concluida nuestra programación-educación, cuando aparece la capacidad para reflexionar; siendo esto es lo que se acercaría al verdadero acto de pensar. Pero vayamos por partes.
Para poder comprender este punto de vista, debemos empezar por preguntarnos qué son los pensamientos y para saber lo que son, debemos observarlos. Desarrollar la capacidad de observación de nuestros propios pensamientos requiere cierto tipo de práctica; pero una vez alcanzada, la primera pregunta debería ser: a la vista de lo que observamos, ¿qué podemos decir sobre lo que es un pensamiento?
Me pregunto si las imágenes que vienen a nuestra mente pueden considerarse pensamientos. Pienso que debería decir sí, que así es. En consecuencia, un pensamiento sería una imagen que, además, seguramente lleva aparejada algún tipo de acción, algún tipo de posibilidad, ya sea positiva, negativa o neutra. Lo mismo podríamos decir de las sensaciones. Un invidente no ve imágenes, tengo que suponer que percibe sensaciones y que éstas, al ser percibidas por el cerebro, constituirán teóricamente un pensamiento.
Me he preguntado en más de una ocasión, por qué existe tanto “parloteo” en nuestra  cabeza. La respuesta de nuevo se obtiene de la observación. Si decidimos que un pensamiento, tal y como lo observamos habitualmente, es una imagen o sensación expresada con  palabras, podemos decir  que “pensamos” cuando expresamos o traducimos al lenguaje esa imagen. Visto de este modo se podría afirmar que el pensamiento  es una especie de conversión-traducción, y ésta  se produce para poder comunicar a los demás las imágenes que hay en nuestra mente. Esas imágenes son consecuencia de las múltiples situaciones en las que solemos vernos inmersos habitualmente. Cuando pensamos,  vemos las imágenes de los posibles escenarios en los que podríamos situarnos y desarrollar algún tipo de acción. Así que podemos decir, que eso que llamamos pensar es observar situaciones posibles  en nuestra mente y traducirlas a palabras.
De este modo cobra sentido la frase de Francis Lucile: “Un pensamiento no piensa”.
Aventurándonos un paso más podemos preguntarnos si somos nosotros quienes creamos esas imágenes, esos escenarios y situaciones o llegan de algún lugar como consecuencia de las sugestiones que vibran nuestro entorno. En general suelen llegar por asociación de imágenes similares a las que tenemos en la mente, que contienen algún rasgo en común.
En consecuencia, podríamos decir que no captamos pensamientos en la pantalla de nuestra mente, captamos imágenes. Son éstas las que nos impulsan a avanzar o retroceder en la acción, no es el parloteo quien lo hace sino las imágenes o las estructuras con las que identificamos la realidad. Lo que sucede es que estamos tan acostumbrados, tan programados para hacer la conversión de una imagen en una estructura lingüística que nos pasa totalmente desapercibido.  Esto también sirve para un  invidente que, sin duda,  no traducirá imágenes al lenguaje, sino las “estructuras” sensoriales con las que organiza su realidad.
¿Entonces, si no pensamos, qué hacemos a lo largo del día? En realidad no pensamos  porque no estamos creando nada; ni siquiera estamos reflexionando. La mayor parte del tiempo únicamente vemos imágenes o secuencias de imágenes repetitivas que vamos poniendo en palabras. Unas imágenes que alimentamos o damos fuerza  al prestarles atención, y que repetimos o rechazamos  en función de las emociones que nos produzcan; a las cuales, por otra parte, podemos  volvernos  adictos. Este tipo de adicciones son las que nos hacen mantener en nuestra mente el bucle de una situación, presentándola de manera  repetitiva. A este tipo de bucles es a lo que llamamos obsesiones.
Quizá al hacer una afirmación como la expresada en el párrafo anterior, sí estemos  pensando,  en el sentido que habitualmente damos al término. Para reflexionar hay que tener voluntad de hacerlo. Además es el único modo de crear imágenes o estructuras nuevas. De cualquier modo, cabría preguntarse si al reflexionar no estaríamos explicándonos lo que percibimos, únicamente, de un modo algo más completo, expresando detalles, de esas imágenes, que no hemos percibido  a simple vista. ¿Creamos algo nuevo o simplemente le damos otro nombre quizá más completo, haciendo como un niño que pone pinturas entre los trazos de un dibujo, y cuyo resultado dependerá de su habilidad?
Cuando pensamos decimos que creamos, pero no es así. Observamos creaciones que ya están ahí como posibilidades que somos capaces de ver dependiendo de nuestra educación, de nuestra programación. Cuanto más completa es nuestra educación-programación más matices distinguimos en la imagen, con más palabras la podemos describir, pero nada más.
En realidad, la mayor parte del día no hay un” yo” que dirija ese conglomerado de imágenes y palabras. Todo este proceso se desarrolla por sí sólo. Es fácil de comprobar cuando algún día, pretendiendo dirigirte con el coche en una nueva dirección, de pronto te das cuenta de que sigues el camino de siempre y no te haces consciente de ese hecho hasta que por algún motivo no se “enciende” tu atención.
¿Podemos parar las imágenes que llegan a nuestra mente?
Si no somos conscientes, si no observamos nuestra mente y vemos como se producen esas imágenes, es evidente que no. Al observar y ser conscientes podemos hacer  un esfuerzo y desviar nuestra atención fuera de nuestra mente, mirar la imagen real del lugar en el que nos encontramos;  pero pronto nos daremos cuenta de que nuestro parloteo se apoderará de ella y continuará el proceso sucediéndose las imágenes asociadas a la imagen original al tiempo que nuestros automatismos se apoderan de nuestra voluntad temporal.
LA MENTE COMO UNA PANTALLA COMPARTIDA EN LA QUE SE PROYECTAN  SENSACIONES E IMÁGENES.
Podríamos decir que la mente es “la pantalla” en la que se proyectan las imágenes que luego transformamos en lenguaje. En esa pantalla las imágines evolucionan por sí mismas, evolucionan o “conversan” por sí mismas dependiendo de nuestra programación o educación, de nuestro filtro personal de la realidad. Como ejemplo, podríamos contemplar la imagen de un amigo en la pantalla de nuestra mente; la evolución de esa imagen va a depender de la memoria que tengamos en cuanto al modo que tiene esa persona de relacionarse con nosotros. No crearemos nada nuevo, sino que se activará, por si sólo, el proceso de traducir la imagen a palabras, seguramente se enriquecerá con el recuerdo que tengamos sobre su conducta, dando lugar a nuevas situaciones, a nuevas imágenes que de nuevo se transformarán en palabras; pero todo el proceso se hará por sí solo.
A efectos prácticos y para poder explicar con claridad lo que viene a continuación, vamos a situar esa pantalla, que llamamos mente, en nuestro cerebro. De este modo diremos que la mente o pantalla mental, se encuentra en esa parte nuestro organismo.
Ahora daremos un salto cualitativo. ¿Podría ser que esa pantalla que observamos dentro de nuestro cerebro no fuera únicamente nuestra sino que, de un modo aún no advertido, la compartiéramos con los demás? Esto explicaría el hecho de pensar en un amigo y  que de pronto nos llame. ¿Podría ser porque  le estuviéramos viendo en la pantalla mental? Él lo habría puesto ahí por el simple hecho de ejecutar el acto.
Si esta pantalla mental es común a todos, estará llegando constantemente a nuestro cerebro todo tipo de información que hayan puesto en ella el resto de los seres humanos. Habría que decir que, aunque esta pantalla es compartida, nosotros solamente vemos la apertura que hay en nuestro cerebro hacia ella. Y  del mismo modo que sucede con nuestra televisión solamente seríamos conscientes del canal que tuviéramos sintonizado, dependiendo de los temas que nos interesen o nos sean necesarios para nuestra supervivencia. Podría estar llegándonos información sobre ciencia médica, pero si somos fontaneros o arquitectos, no la podríamos descodificar. Solamente el que tenga ese tipo de conocimientos  podrá hacerlo. Por lo que podríamos decir que tener conocimientos sobre un tema determinado sería el modo de estar sintonizado a ese canal específico. Esto explicaría también el hecho de que dos científicos en dos partes distintas del mundo, sin tener ningún tipo de contacto físico, puedan llegar a las mismas conclusiones.
A modo de pensamiento personal creo que nuestro verdadero YO, nuestro verdadero Ser, no se encuentra  dentro nuestro cuerpo-cerebro,  sino en ese espacio infinito que vemos a través de la pantalla de la mente. Que a través de esa pantalla estamos en conexión con El, siendo Él también quien nos anima, quien nos da vida al enviar “su señal”  a través de la apertura que se encuentra en nuestro cerebro. Si queremos encontrar nuestro verdadero ser, tendríamos que mirar hacia un punto concreto de esa pantalla y probablemente lo veríamos, cuando sintonizáramos  su canal, al tenerle dentro del ámbito de nuestros intereses.
Quizá esté unido a nosotros  como un rayo enfocado a la parcela de esa pantalla mental que está  en nuestro cerebro.  De este modo también podríamos decir que nuestro verdadero Ser, el verdadero observador,  es la mente o pantalla que observamos. A través de nosotros,  de nuestro cerebro, Él vería  la realidad espacio-tiempo en la que está nuestro cuerpo; al tiempo que a través de la ventana de nuestro  cerebro se ve a sí mismo actuando en esta  dimensión. El problema es que el cerebro, ese que parlotea tanto, no puede saberlo hasta que no sea informado de esta posibilidad.

El Universo entero mira a través de nosotros la parcela en la que vivimos. Nuestro pequeño Yo, es decir nuestra mente funcional, mira ésta parcela junto a Él. Miramos a través de la pantalla de nuestra mente cualquier parte o aspecto del universo, que es lo mismo que decir que estamos observando a Dios al tiempo que se observa a sí mismo, pues Él es lo único que existe.

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