Describiendo la prisión de la Matrix. De lo particular a lo general.
(En este
post, utilizo algunas ideas que ya expresado en post anteriores. Son ideas que
me han impactado y que completan mis nuevas reflexiones o las amplían. Me
gustaría compartir con quienes lean estos escritos que cuando los inicio no sé
por dónde van a continuar ni cómo van a finalizar, es como si alguna fuerza me
impulsara a pensar dejando constancia de lo que pienso por escrito, quizá para
que no lo olvide y más tarde lo pueda complementar. Qué se yo…)
Se habla de una desconexión de la Matrix –o de Maya- como si
se tratara del último peldaño de una escalera que conduce al Nirvana, a la
ausencia del sufrimiento; imagino que un sufrimiento psicológico ya que por
mucho que un ser humano sea capaz de alcanzar un grado elevado de iluminación,
estoy seguro de que si alguien le pisara un pie diría: ¡Ay!
Quizá la lectura de este post resulte un poco desalentadora,
pero es necesario saber que estamos prisioneros y en qué consiste esa prisión
para poder salir de ella.
Me pregunto por qué me importa tanto que el mundo que me
rodea se adecúe a la imagen idealizada que tengo de él y mis emociones se
descabalgan, como por ejemplo la ira, cuando las personas o los acontecimientos
son contrarios a mi “mapa del mundo”.
Habría que comenzar averiguando en qué consiste ese “mapa”,
cómo se empezó a “dibujar”, qué hizo que yo eligiera este o ese color para
demarcar las zonas y el porqué soy partidario o me gustan más unos tonos que
otros.
Vamos a comenzar por algo sencillo. Imaginemos que soy un
hombre que tiene como principales valores la sinceridad, la honradez, la
solidaridad, la amistad y la inquebrantable idea de la familia. Cabría pensar
que son valores que comparte todo el mundo, pero es una evidencia que hay
personas que piensan que la sinceridad no es un valor absoluto, que la honradez
y la solidaridad son obstáculos para alcanzar ciertos fines, que la amistad no
existe y que la idea de la familia responde a un tópico que, realidad, casi
nunca se da salvo excepciones.
Cuando me encuentro con algunas personas que confronta mis
valores la primera reacción es de rechazo. Puede que si además cultivo la
tolerancia y el respeto, sea capaz de apaciguar esa aversión, y me comporte
como si no me afectara, pero en lo hondo de mí seguiré rechazando esa conducta
y apartaré a esa persona de mi vida. La razón es que, independientemente de mis
argucias mentales, del control sobre mis impulsos, habrá de fondo una fuerza
contraria que estará pulsando por mantener en mí la programación de mis ideales
y, en consecuencia, porque no se contaminen con ideas contrarias.
Rechazamos lo que es contrario a lo que pensamos que somos y
lo hacemos automáticamente, sin que tenga que ver alguna decisión consciente
sobre ello.
Las novelas, el cine, los informativos, lo que nos cuentan
las personas con las que nos relacionamos en el día a día, están confrontado
constantemente nuestra programación produciendo reacciones, en muchos casos,
tanto sorprendentes como inesperadas.En cuando aparecen las justificamos con algún argumento que
se adapte a ellas, pero en realidad son autónomas, no necesitan apoyarse en
nada; sin embargo nuestro psiquismo sí. Reacciones de envidia, de ira, celos,
etc., surgen en nosotros del mismo modo que nos sobreviene un temblor, cuando
baja demasiado la temperatura, o un mareo o golpe de calor, cuando sube en
exceso y nos exponemos a ello.
La mayor parte del tiempo ni nos plantemos qué tipo de
emoción está actuando sobre nosotros. Reaccionamos de manera instintiva.
Justificamos nuestra ira, o incluso nuestro agrado con razonamientos que no
tienen nada que ver con la realidad objetiva.
Cuando me muera, “el mundo” ni se enterará, mi entorno más
personal quizá lo sienta –o no- durante un breve espacio de tiempo; pero lo que
es seguro es que no le afectará en absoluto. Entonces, por qué me preocupan las
actitudes de los demás, ¿por qué me afectan las conductas contrarias a mis
valores si da lo mismo lo que yo piense sobre ello puesto que mi forma de
pensar, en circunstancias normales, no influye en lo más mínimo a mi entorno?
Soy una persona que se considera respetuosa y tolerante. Un
día, mientras escuchaba noticias sobre la búsqueda de la independencia de
algunas autonomías de España, me sorprendió a mi mismo la aparición de una
sensación de rabia o de ira y el pensamiento de que estaban tratando de quitarme
algo mío. ¿Algo mío?, pensé una vez que me di cuenta de la reacción que había
tenido y cómo la había arropado con mis razonamientos. ¿Algo mío?... Sí ni
siquiera el pequeño espacio en el que vivo en es de mi propiedad…
Como un ser gregario que soy me identifico con un sector de
la sociedad en la que desarrollo mi vida. Esa identificación no es más
importante o tiene más valor que su contraria. Es algo aleatorio. Ni siquiera,
en este caso, es algo interesado ya que el hecho de que una zona de España se
independice realmente, a nivel práctico, aún escuchando las noticias o leyendo
los periódicos, no voy a notarlo en lo más mínimo en mi vida cotidiana. Puede
que otros sí lo noten, por encontrarse implicados personalmente en el proceso,
pero estoy tratando de explicarme mi reacción.
Después de dar vueltas al asunto, lo que queda al final de
la reflexión es que simplemente reaccionamos automáticamente, frente a los
valores o creencias que son contrarios a los que tenemos implementados en
nuestra vida. Además, si nos observamos, veremos que estos valores no son
permanentes, que van variando conforme a las experiencias que se van acumulando
en nuestra historia personal.
Como decía José Agustín Goytisolo, “un hombre solo, una
mujer, así tomados de uno en uno… son como polvo, no son nada.
”
Simplificando un poco para poder comprender creo que existen
conjuntos de valores heterogéneos que comparten otros tantos conjuntos de
sectores sociales que se identifican con ellos. No muchos. Pueden ser cinco o
siete, por decir alguna cifra -seguro que hay alguno más-, y un ejemplo podría
estar en los grupos que comparten ideas políticas o religiosas.
Sin buscarlo ni pretenderlo compartimos con otros uno de
esos conjuntos de valores, reaccionando físicamente de acuerdo a los
movimientos que mentalmente generan las reacciones automáticas en nosotros y
que a través de los campos morfogénicos, actúan sobre nosotros.
Hasta donde yo he comprendido las teorías del biólogo Rupert
Sheldrake, parece ser que existe un campo energético en el que se sustentan o
apoyan las estructuras físicas y biológicas. De este modo, por ejemplo, las
células embrionarias construirían la estructura de un ser humano porque se irían
apoyando en un campo energético que nos vemos, pero que va unido
consustancialmente a ellas. Pero este campo no se limita únicamente a crear
estructuras individuales. También las sociedades y sus estructuras están apoyadas
en él -incluido el mundo, mineral, vegetal y animal-, y además están
interrelacionados.
Por ejemplo la complejidad de un enjambre de abejas, donde
cada miembro del grupo tiene su función, existiendo en él una reina, que
mantiene unida la colmena, los policías, los basureros, los obreros, encargados
del cuidado de los bebés abeja, etc., no podría explicase sin esta teoría de
los campos morfogénicos. Las abejas no deciden crear la estructura social en la
que viven, sino que se adecúan a ella. Cada miembro del grupo va a formar parte
de un sector independientemente de su voluntad. (El espíritu de la colmena)
Lo mismo sucede en las sociedades que crean los primates. Se
estructuran alrededor de un macho dominante, que mantiene unido al grupo, y una
serie de sectores formados por miembros del grupo que curiosamente, como sucede
en las sociedades humanas, viven mejor cuando más emparentados estén con el
líder y disponen de menos recursos para sobrevivir cuando más alejados estén de
la cúspide de esa estructura social. (Esta idea ya la he mencionado en un post
anterior)
Del mismo modo que me sorprendió comprobar que algunos
insectos utilizan a otros como nosotros hacemos con las vacas, por ejemplo,
(las hormigas, con sus rebaños de pulgones que crían y protegen para sacar de
ellos una sustancia llamada ligamaza, de la que se alimentan), también me
sorprendió comprobar cómo algunos primates cogen cachorros de perros que cuidan
como hacemos nosotros con nuestras mascotas, alimentándolos y protegiéndolos
como parte del grupo.
Pienso que ni los animales, ni los seres humanos creamos las
estructuras básicas en las que nos organizamos. Quizá los humanos tengamos un
poco más de libertad para saltar de los círculos más alejados del poder, donde
se toman decisiones que influyen en el grupo, a otros intermedios, aunque
también los hacen los más fuertes entre los primates y quién sabe si también
entre los insectos u otras especies.
El hombre, no crea tal o cual tipo de sociedad; no crea las
estructuras como son las capas sociales en las que se organiza. Lamentablemente
los seres humanos se ordenaron en torno a estas estructuras tal vez hace
millones de años y cada capa se fue consolidando y ampliando con el aumento de
la población.
Esta matriz o esta Matrix, empieza por ahí; y por mucho que
nos iluminemos no podremos sustraernos a ella. Naceremos en torno a un
determinado círculo social existente y quizá, esta propia matrix, -quien sabe- nos
atraerá hasta uno u otro círculo de su estructura –quién sabe, también, por qué
motivo-; pero al tratarse de algo “invisible” e “imperceptible” directamente
para nuestro cuerpo-mente convencional, no seremos conscientes de ello.
Me llamó la atención leer sobre un experimento de un físico
ruso, Vladimir Poponin. Quería comprobar cómo se comportaba la materia física
en presencia del ADN; así que introdujo fotones de luz en un recipiente en el
que previamente había puesto ADN. El resultado fue que esos fotones se
organizaron en torno a esa molécula, como si se sintieran atraídos por su
configuración. Siguiendo la teoría de los campos morfogénicos, la propia
molécula de ADN estaría estructurada conforme a un campo complejo que le
serviría de armazón.
El mismo científico descubrió que estamos ligados al propio
ADN, independientemente de la distancia a la que nos encontremos del mismo. Lo
que hizo fue colocar a un individuo en una habitación y parte de su ADN en
otro, lejos de él. Después de provocar emociones como enojo, alegría o miedo,
comprobaron que su ADN reaccionaba del mismo modo, y al mismo tiempo, que lo
estaba haciendo él.
Hasta aquí podemos observar lo prisioneros que estamos de
esa matriz que nos sustenta y lo compleja que se va descubriendo. Al tiempo
que, al observarla, nos perfilamos como ínfimos elementos que, de manera
individual, y por muy “iluminados” que nos encontremos, no podemos hacer
absolutamente nada por sustraernos a ella.
Alguien podría decir que no es así, que nosotros hacemos “cosas”
fruto de nuestra voluntad. ¿Qué cosas son esas? ¿Comprarte una casa, comprarte
un yate, dar la vuelta al mundo…? Eso no depende de tu voluntad, sino de los
recursos que te proporcione tu entorno. Además, la libertad no consiste en
hacer cosas y mucho menos en comprarlas. Otro podría decir, pero es que sí hago
cosas realmente importantes y que influyen en mi entorno: yo diseño y construyo
casas, proyecto y construyo barcos, etc. Creo que en un post anterior
desarrollé la idea de que eso tampoco depende de la voluntad de uno. Depende de
lo que venga en el “lote” biológico que te haya tocado, de las fuerzas
culturales y de las oportunidades que te aporte el entorno en el que
desarrollas tu existencia. Si a Einstein no le hubieran llevado a la escuela
cuando era un niño, y le hubieran puesto a trabajar en una mina, cuando era
adolescente, hasta su madurez; ni aún librándose más tarde de su entorno de
origen no hubiera podido desarrollar la teoría que le hizo famoso. Quizá tal
vez, con esas circunstancias de partida, su mayor logro hubiera sido aprender a
sumar.
¿Pero es que, entonces, no hay salida de esa Matrix que nos
coloca aquí o allá, dotándonos de recursos materiales, o nos confiere mayor o
menos inteligencia, dotándonos de recursos intelectuales?... Tendremos que
seguir investigando.
Esta matriz o red a la que estamos unidos es mucho más
compleja de lo que podríamos llegar a pensar. Además de esas fuerzas que
podríamos llamar primarias que nos mantienen anclados a ella, existen otras
estructuras, que teóricamente creamos los seres humanos, que según el autor
ruso Vadim Zeland, una vez creadas, generan sus propias fuerzas, que, a su vez,
someten a quienes las han dado origen y forman parte de ellas. A esas
estructuras él las llama “péndulos”.
Algunos de los ejemplos que pone es el de los clubs de
futbol, u otro deporte, o cualquier tipo de empresa comercial. Dependiendo del
número de personas que contengan estas organizaciones, tendrán mayor o menor
fuerza sus estructuras energéticas. Hasta donde le he podido entender, de su
teoría se desprende que las propias estructuras “toman” literalmente el poder y
manejan a las personas que las integran. Quien no actúa conforme a las reglas
que la sustentan, es expulsado del “péndulo”, no por alguien en concreto, si no
por la fuerza que lo conforma que influirá en tal o cual persona, en tal o cual
grupo de personas que le apartarán de la estructura. Del mismo modo que una
colmena protege “instintivamente” a si reina, estos “péndulos”, protegen a
quienes los mantienen con “vida”; y expulsan a quienes atenten contra las
estructura que energéticamente ha tomado fuerza; incluso a sus propios
fundadores, si fuera necesario.
Estás estructuras no son eternas, se crean, evolucionan,
pierden fuerza y acaban desapareciendo. Hasta ahora nada anormal; pero en lo
que quiero incidir es que no son las personas las que los manejan, sino la
organización energética que le da forma y le sustenta.
Dice Vadim Zelan: Se
podría decir que un péndulo es un “egregor” (mente colectiva de grupo) por su naturaleza, pero esa es una definición
más bien estrecha, por supuesto. El concepto de «egregor» no refleja todo el espectro
de posibles interacciones entre el hombre y las estructuras energéticas basadas
en información: los péndulos.
Este autor da su personal visión para salir de la influencia
de estos péndulos que forman parte de la Matrix, y resulta interesante leer sus
libros sobre su teoría que él llama “Transurfing”.
Hasta ahora todos mis pensamientos me conducen hacía la
aceptación de que no existe una verdadera salida de la matrix. Incluso
Gurdjieff dice que nos podemos “hacer” nada, que todo se hace por sí mismo,
aunque si “despiertas”, puedes adquirir algún margen de maniobra.
Ramesh Balsekar, un maestro de la filosofía Advaita, tiene
un libro titulado “Y qué importa”, en el que habla de la predestinación y de la
imposibilidad de sustraernos a ella. En él mantiene la teoría de que la
aceptación de nuestra ausencia de libertad supone por sí misma una liberación.
Quizá la liberación no exista; o de existir, simplemente sea
mediante la aceptación de que somos los viajeros de un cuerpo-mente movidos por
fuerzas que desconocemos, sobre las que no tenemos ningún control y de las que
desconocemos tanto sus intenciones como su finalidad. Seguramente nos falte
algún “órgano” que nos permitiría el entendimiento, que nos aclararía el
sentido de nuestra existencia.
Desgraciadamente, por el momento, no consigo ver la salida. De
cualquier modo, ver la prisión, aunque sea parcialmente, ya me parece un logro
importante.
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